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BIOGRAFÍA DE ANTIGUOS ACADÉMICOS NUMERARIOS

En esta sección incluiremos las semblanzas biográficas de las numerosas personas que han accedido al rango de académicos numerarios de la RABACHT desde su nacimiento en 1916.

El objetivo de esta publicación es rendir homenaje a sus trayectorias y trabajo en favor de Toledo y su provincia, así como servir de referencia para estudiosos e investigadores a la hora de localizar información sobre estas personalidades.

ACEVEDO JUÁREZ, Ángel María (1871-1933)Información

Académico fundador
Académico fundador

«De singular talento, vasta y polifacética cultura, en su primera juventud armonizó las actividades periodísticas —con las que logró un puesto relevante en la prensa por su agudeza crítica y su estilo castizo, elegante y sobrio— con las de cátedra, y en el Seminario desempeñó con igual eficacia didáctica enseñanzas aparentemente tan dispares como Matemáticas y Filosofía». Con estas palabras despedía el periódico El Castellano en 1933 al sacerdote Ángel María Acevedo Juárez, uno de los cuatro fundadores de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo —junto con José María Campoy, Ramón Guerra y Narciso Esténaga— que fueron religiosos.

 

Hijo de un maestro de sólidas convicciones que impartió clases en Ciudad Real y en Toledo, Acevedo ingresó en el Seminario y fue ordenado en marzo de 1895, a los veinticuatro años de edad. Como sacerdote fue capellán de varias instituciones religiosas toledanas, como los conventos de las Bernardas (1895) y las Capuchinas (1897), además del Hospital de Nuestra Señora de la Visitación o del Nuncio (1898).

 

En el año 1915 se convirtió en párroco de Santa Justa y Rufina, emprendiendo una activa campaña en defensa de las parroquias mozárabes. Patrocinó, en este sentido, la restauración de los templos de San Lucas —donde reimpulsó el culto a la Virgen de la Esperanza— y San Sebastián, este último a través de una campaña en prensa de la que se hizo eco el semanario católico El Pueblo. Consistió en promover una subasta a la que brindaron su apoyo el conde de Casal y el pintor Vicente Cutanda, junto a otras personalidades que un año después contribuirían a fundar la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. A quienes contribuyeran a «allegar recursos suficientes para reparar y salvar de la ruina el histórico templo de San Sebastián» se prometía «hacer una lápida, que será colocada en el sitio más visible del templo, en la que consten relacionados los nombres de los artistas que contribuyan con sus obras».

 

Vicesecretario de la junta diocesana de la Liga Nacional de Defensa del Clero (1912), Acevedo era también caballero del Santo Sepulcro de Toledo. Cuando la Real Academia fue creada le correspondió la medalla número XIV, la misma que ostenta en el retrato que le dedicó Rafael Ramírez de Arellano. Doctor en Sagrada Teología y Filosofía, fue profesor del Seminario entre 1896 y 1925, cuando una larga enfermedad le impidió seguir dando clases.

 

De su actividad como periodista dan fe varias colaboraciones en la revista Toledo durante los años veinte. A finales de esa década se convirtió en un firme difusor del recién inaugurado museo de arte sacro instalado en la parroquia de San Vicente, incluyendo en sus textos una de las escasas fotografías —obra de Rodríguez— que se han conservado del interior de ese espacio. Otros de sus trabajos, publicados en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, son un informe sobre el Pendón de la ciudad y varios textos sobre su pasado mozárabe, entre ellos una breve biografía de Cipriano Varela, párroco de San Lucas y obispo de Plasencia.

AGUADO Y PORTILLO, Sebastián (1854-1933)Información

Académico fundador
Académico fundador

Sebastián Aguado y Portillo no sólo merece pasar a la historia de esta ciudad por su gran conocimiento de la cerámica e intensa labor docente —fruto de la cual surgirán después carreras tan destacadas como las de Ángel Pedraza y Vicente Quismondo—, sino por ser el origen de una dinastía estrechamente vinculada a la Escuela de Artes y Oficios de Toledo. Por ella pasaron su hijo, José Aguado Villalba (1919-2007), probablemente el mayor especialista en cerámica antigua de esta ciudad, y su nieta, Rosalina Aguado Gómez, ambos también miembros numerarios de esta Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas.

 

Natural de Jimena de la Frontera (Cádiz), donde nació el 11 de junio de 1854, hijo de maestros nacionales, Sebastián Aguado inició sus estudios en Sevilla. En esta ciudad asistió a las clases de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, ampliando su formación en el estudio del pintor Joaquín Díaz y en el taller del escultor Manuel Gutiérrez Cano, quien le recomendó completar su aprendizaje junto a dos importantes escultores barceloneses, los hermanos Agapito y Venancio Vallmitjana. A su regreso a Sevilla, no obstante, decidió dedicarse a la cerámica.

 

Aprendió el oficio en el popular barrio de Triana e ingresó en la célebre fábrica de Pickmann de La Cartuja. En 1875 iniciará una serie de viajes por Europa para estudiar la fabricación de loza y porcelana, perfeccionando sus conocimientos en las fábricas de Génova y Marsella. También pasó por Nápoles, donde destacó como fundidor de esmaltes. De regreso en España, se estableció en Madrid en 1886, trabajando para Guillermo de Osma y Arturo Mélida como encargado de la fábrica de Santigós y Cía. Por estas fechas comenzó su labor docente, primero como profesor del Círculo Católico de Obreros del Corazón de Jesús y después en el taller de vaciado de la Escuela Superior de Artes y Oficios de Madrid (desde 1893), donde sustituyó al ceramista Guillermo Zuloaga. Su traslado e instalación definitiva en Toledo se produjo en 1902, como profesor de cerámica y vidriería artística en la Escuela de Artes, a la que permaneció ligado hasta su jubilación, en 1925. Paralelamente, Sebastián Aguado dedicó grandes esfuerzos hasta su muerte, el 13 de julio de 1933, al estudio y la recreación de las cerámicas toledanas de época medieval y renacentista.

 

Miembro fundador y titular de la medalla número I de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas en 1916, Aguado obtuvo varios reconocimientos nacionales e internacionales. En 1901 obtuvo una mención honorífica en la Exposición Nacional de aquel año, a la que siguió una primera medalla en la Exposición Nacional de 1904. Casi diez años después, en la Exposición Nacional de 1913 —donde la Escuela de Artes obtuvo una primera presea—, ganaría nuevo diploma. A finales de los años veinte, siendo ya anciano, obtendrá nuevos reconocimientos, como el diploma y la medalla de plata del Certamen Nacional del Trabajo de Bilbao (1928) y diversas distinciones en Grenoble (Francia) y Monza (Italia). También participará en esas fechas en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929.

 

Sus trabajos documentados en Madrid y Toledo son abundantes. Para la capital del reino restauró la imagen de Nuestra Señora de la Almudena y participó en numerosas obras públicas y privadas. Realizó las vidrieras esmaltadas del palacio de los marqueses de Santo Domingo en el Paseo de la Castellana y la lápida del pintor Rosales. También elaboró los zócalos de azulejería del Hospital de Maudes y colaboró con el arquitecto Antonio Palacios en las obras del Metro de Madrid, para el que hizo los escudos de las estaciones de Sol, Antón Martín y Retiro. Asimismo, intervino en la sede del Círculo de Bellas Artes de Madrid, del cual fue nombrado socio de honor en 1904.

 

En la ciudad de Toledo, Aguado realizó la decoración de escayola de las galerías, tallas de madera policromada, zócalos de azulejos de arista y artesonados del Alcázar. Elaboró los zócalos de las ermitas de la Virgen del Valle y de Nuestra Señora de la Estrella, así como las azulejerías del vestíbulo del desaparecido Gobierno Militar. Quizá su actuación más a la vista en esta ciudad sean las tejas esmaltadas de los chapiteles de las torres de la Puerta de Bisagra.

 

Sebastián Aguado contrajo matrimonio en 1909 con su alumna y colaboradora María Luisa Villalba Escudero. Tras su muerte, su viuda y su hijo José mantuvieron abierto su taller y se convirtieron en herederos de su gran legado.

ARAGONÉS DE LA ENCARNACIÓN, Adolfo (1871-1967)Información

Académico fundador
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Adolfo Aragonés de la Encarnación fue, con el coronel José Miranda Calvo (1917-1922), uno de los miembros de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo que disfrutó de más larga vida. Cuando murió, en 1967, tenía noventa y cinco años y había sido testigo de más de medio siglo de vida de la institución (a excepción de las etapas en las que permaneció fuera de la ciudad).

 

Natural de Guadalajara, donde nació el 29 de agosto de 1871, Adolfo Aragonés perteneció al Cuerpo de Ingenieros Militares. Destinado en varias ciudades españolas, llegó a Toledo en 1900, participando en las tareas de reconstrucción del Alcázar tras el incendio de 1887. Durante los primeros años del siglo XX impartió clases de dibujo y de francés, traduciendo de esta lengua el libro Utilización práctica y completa de un salto de agua (Bailly-Bailliere e hijos, 1906), obra del ingeniero de minas Maurice Lecomte-Denis.

 

Su producción literaria, histórica y periodística, estudiada por el historiador militar José Luis Isabel, fue muy abundante. En la nota necrológica publicada en El Alcázar a su muerte figuraba como autor de «treinta y tres libros y folletos, y millares de artículos», los últimos de los cuales aparecieron publicados en ese diario. Sesenta años atrás era ya un activo colaborador de medios como la revista Toledo, donde firmaba con el seudónimo «W. Layrd», de La Campana Gorda y El Heraldo Toledano.

 

Autor literario desde al menos 1896, cuando estrenó en Melilla la zarzuela Patronas mal reprimidas, Adolfo Aragonés publicó juguetes líricos y obras ligeras hasta concentrar la mayoría de su producción en obras toledanistas y de temática militar, como Plumas y espadas (1908) y Alhucemas: nuestro día (1910). De su amplia producción destacan los memoriales en honor de personajes como el talaverano Francisco Verdugo (1537-1595), gobernador de Luxemburgo, y el capitán Vicente Moreno (1773-1810), héroe de la Guerra de la Independencia, entre otros muchos dedicados a Alonso de Ercilla, Magallanes, Luis Tristán o Gonzalo Fernández de Córdoba. Su opúsculo Toledo en América (1925) será muy consultado posteriormente por otros toledanistas, así como Toledo: Páginas de su historia (1928).

 

Fue fundador de la Real Academia en 1916 (medalla XII), convirtiéndose en su primer secretario. Permaneció en el cargo durante una década, marchando de Toledo después y regresando al finalizar la Guerra Civil, cuando se reincorporó a la institución con la medalla XVIII (que había pertenecido a Pedro Pidal) y el cargo de censor.

 

Durante su larga vida recibió numerosas distinciones. Gentilhombre de Alfonso XIII y delegado regio de Primera Enseñanza, recibió en 1919 la Cruz de primera clase del Mérito Militar, con distintivo blanco, «por sus relevantes trabajos en la Junta de Protección a la Infancia y Represión de la Mendicidad». En 1929 se convirtió en presidente de la Real Sociedad de Amigos del País de Toledo, habiendo formado parte con anterioridad, como secretario, de la Junta del Centenario de la Catedral. También fue delegado de la Cruz Roja en Toledo. En el terreno académico fue asimismo correspondiente de las reales academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando, además de miembro de la Academia Hispalense de Sevilla, de la de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, de la de Música y Declamación de Málaga, y del Instituto Arqueológico, Histórico y Geográfico del Brasil.

 

Menos conocida es su faceta como empresario. Adolfo Aragonés fue propietario del Hotel-Restaurante Granullaque, instalado en la Plaza de Barrio Rey en el solar de la antigua hostería y pastelería del mismo nombre, abierta en tiempos del rey Fernando VII por el bisabuelo de su esposa. El hotel, que disponía de 22 habitaciones, abrió sus puertas en 1912. Su fachada, con falsas pilastras y otros elementos de inspiración plateresca, es la mejor de toda la plaza.

CABRERA GALLARDO, Aurelio (1870-1936)Información

Académico fundador
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Escultor y pintor —aunque también arqueólogo y lingüista aficionado—, Cabrera es hoy orgullosamente reivindicado por los estudiosos de la cultura extremeña del siglo XX, de cuya Alburquerque (Badajoz) natal fue nombrado hijo predilecto. En Toledo, por el contrario, no se le han dedicado homenajes pese a haber tenido una presencia fundamental en la configuración artística y cultural de esta ciudad durante la década de los años diez y muy especialmente a partir de 1921, cuando fue nombrado director de la Escuela de Artes.

 

«De origen humilde, tenía una gran conciencia social que refleja en su preocupación por sus alumnos, los obreros, a la vez que trabajaba incansablemente en el aspecto artístico de la ciudad». Según la historiadora del arte Eugenia Muñoz Barragán, especialista en la evolución y desarrollo de esta institución artística toledana, durante la dirección de Aurelio Cabrera se multiplicaron las matriculaciones hasta alcanzar el triple de lo que podía admitir la primitiva Escuela. Fue este director quien reivindicó —y consiguió— la ampliación del edificio hacia el antiguo convento de Santa Ana. Prueba de su compromiso es la renuncia a su sueldo de 1.000 pesetas, «poniéndolas a disposición de la junta de profesores para que se decidiera su inversión en las necesidades más perentorias».

 

Es poco cuanto se conoce en Toledo de su trayectoria anterior. Aurelio Cabrera fue alumno de la Escuela Municipal de Dibujo de Badajoz, siendo pensionado en 1896 por el conde de la Torre del Fresno —cuyo busto realizaría siendo escultor— para continuar sus estudios en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid. Posteriormente, ganó por oposición la plaza de profesor de Talla y Carpintería artística en la Escuela de Artes.

 

A pesar del injustificable olvido al que ha sido sometido en Toledo, ciudad que contribuyó a estudiar —en 1914 fue nombrado por el Estado comisario de excavaciones arqueológicas— y también a restaurar, siendo muy conocida una fotografía que le muestra en su domicilio de la calle de las Bulas, Cabrera fue uno de sus académicos con más amplio curriculum artístico. El Museo del Prado conserva un yeso de San Sebastián por el que obtuvo una tercera medalla en la Exposición Nacional de 1901. Dos años más tarde obtendría una primera medalla con la obra Un sobrinito del señor cura, quedando ese año ganador del concurso para la decoración del salón de actos de la Diputación de Lugo.

 

Prueba de su capacidad para la escultura urbana son el proyecto para el monumento al general Martínez Campos de Madrid —que erigiría finalmente Mariano Benlliure— y su participación en el inmenso grupo a las víctimas de las guerras coloniales, una edificación de treinta metros de altura que se levantó en el Parque del Oeste de Madrid. A este mismo contexto corresponden otras de sus obras escultóricas, como Los soldados muertos en Cuba y Filipinas, Vasco Núñez de Balboa, Espronceda, Hernán Cortés, Zurbarán y Prometeo moderno.

 

Autor de un catálogo-guía de monumentos artísticos de Toledo, articulista en diversos medios de comunicación nacionales y locales —de ideología diversa, desde el conservador El Castellano hasta Heraldo Obrero—, Aurelio Cabrera expresó su republicanismo en varias ocasiones. En 1931, por ejemplo, dio por telegrama su «fervoroso y cordial saludo» a «esos bravos republicanos socialistas» del Ayuntamiento de Alburquerque. Ese mismo año legaría una importante colección de obras para la puesta en marcha de un museo municipal.

 

Desgraciadamente, tras la toma de Toledo por las tropas franquistas, fue encarcelado y fusilado el 26 de noviembre de 1936. Sus restos descansan en el cementerio municipal de Nuestra Señora del Sagrario.

CAMPOY GARCÍA, José María (1847-1934)Información

Académico fundador
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En el año 2008, las principales instituciones de Lorca rindieron merecido homenaje al sacerdote José María Campoy (1847-1934), personaje poco conocido en aquel momento pese a haber sido primer cronista oficial de la ciudad murciana y miembro de una decena de instituciones académicas, entre ellas la Real de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, que contribuyó a fundar en 1916. Fruto de aquel recordatorio fue el libro Escritos y estudios de un cronista de Lorca, editado por su descendiente José María Campoy Camacho. Casi medio millar de páginas que permiten conocer no sólo su importante contribución a la cultura murciana —a la que siempre permaneció vinculado pese a residir en tierras toledanas durante más de cincuenta años—, sino también su aportación al patrimonio de Toledo, como presidente de la Comisión Provincial de Monumentos y como descubridor de los importantes artesonados de la iglesia de Santiago del Arrabal, de la que fue cura párroco.

 

José María Campoy nació en Lorca en 1847, ciudad a la que regresaba a menudo y donde murió en 1934, a los ochenta y siete años de edad. Ordenado sacerdote en 1871, tras recibir su formación en el seminario de San Fulgencio de Murcia, fue coadjutor de la parroquia lorquina de San Mateo y ecónomo de Santa María de Villena (Alicante) entre 1880 y 1881.

 

A partir de entonces comenzó su actividad en Toledo, primero como ecónomo en La Puebla de Don Fadrique, entre 1882 y 1887. Este último año adquirió en propiedad el curato de Riópar (Albacete). En 1892 opositó a un curato vacante en la diócesis de Cartagena, proceso que repitió en Toledo en 1893, obteniendo la parroquia de Lillo y más tarde su arciprestazgo.

 

A caballo entre Toledo y su Lorca natal, permaneció ligado al Ateneo de la ciudad murciana desde casi sus inicios, convirtiéndose en su primer cronista oficial por aprobación municipal el 20 de mayo de 1878. También formó parte de la Real Sociedad Económica de Lorca, de la que sería nombrado miembro de honor y presidente de su sección artística. El Ayuntamiento de su localidad natal, en la que fue profeta desde temprana edad —y donde mantuvo una activa labor periodística, a veces con el seudónimo de ‘El Lurkí’—, le nombró también capellán honorífico en 1899.

 

Su actividad en la ciudad de Toledo se intensificaría tres años después, al pasar a la parroquia de Santiago del Arrabal. En ella permaneció durante más de veinte años, impulsando la creación del templete para la Semana Santa (obra del ceramista Sebastián Aguado, profesor de la Escuela de Artes y posteriormente compañero en la Real Academia toledana, consagrado en 1912) y descubriendo, en 1917, los artesonados mudéjares de este templo, que fue restaurado gracias al apoyo económico del cardenal Guisasola. Su actividad durante esa década, pese a haber cumplido ya los sesenta años, fue muy intensa. Además de participar en la fundación de la Real Academia en 1916, tomó parte en la conmemoración de la batalla de las Navas de Tolosa en 1912 y en la comisión de festejos de la Junta Organizadora del Centenario del Greco, en 1914. El Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo publicó varios de sus trabajos de temática toledana, relativos al Corpus Christi, la Sede toledana en el siglo XVIII y la época del cardenal Sandoval y Rojas, entre otros. En 1922 dedicó un artículo a la estrecha relación con Toledo de santa Teresa de Jesús.

 

En 1925 —coincidiendo casi con su paso a la capilla parroquial de San Pedro (a la que se agregaba su filial de la Magdalena)— fue designado presidente de la Comisión Provincial de Monumentos. Cuatro años después se convirtió en vocal de la Junta Provincial de Beneficencia de Toledo, aunque en 1932, a la muy avanzada edad de ochenta y cinco años, se retiró a su ciudad natal por motivos de salud. En Lorca murió el 10 de junio de 1934.

 

Sus reconocimientos fueron abundantes, según han recogido autores como Campoy Camacho o Manuel Muñoz Clares, archivero municipal de Lorca. Además de miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo (medalla IX), José María Campoy fue correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la Academia Tiberina de Roma, así como presidente honorario de la Academia del Mediodía de Francia. También fue miembro de las reales sociedades económicas de Almería, Segovia, Madrid y Granada.

CUTANDA TORAYA, Vicente (1850-1925)Información

Académico fundador
Académico fundador

Vicente Cutanda, cuya pintura Fuera de combate (1895) atesora el museo de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, está considerado uno de los artistas más notables de esta ciudad durante la primera mitad del siglo XX. Toledo tiene una de sus más importantes deudas pendientes con este pintor, nacido en Madrid en 1850 y especialmente renombrado por sus escenas de trabajadores, como Una huelga de obreros en Vizcaya (Museo del Prado), que le valió la Medalla de Primera Clase en la Exposición Internacional de Madrid de 1892.

 

Alumno de la Escuela Especial de Pintura de Madrid entre 1868 y 1870, Cutanda adquirió una temprana relación con Toledo, convirtiéndose en 1884 en profesor de Dibujo de su Sociedad Cooperativa de Obreros. En 1887 dio ya sobrada muestra de su talento al obtener la Medalla de Tercera Clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con la obra A los pies del Salvador (Museo del Prado). Poco después tuvo la oportunidad de instalarse en Roma merced a una beca de ampliación de estudios en el Regio Instituto de Bellas Artes.

 

Asiduo articulista e ilustrador en periódicos y revistas de toda España, como Blanco y Negro y El Liberal, durante la última década del siglo XIX continuarían sus reconocimientos, como el Gran Diploma de la Exposición de Bellas Artes de Barcelona y otros premios y medallas en Bilbao, Alicante y Gijón, entre otras importantes ciudades. En 1896 obtuvo un Premio de Primera Clase en la Exposición de Bellas Artes de Barcelona, así como el Diploma de Cooperación de la Diputación Provincial de Madrid.

 

En 1900, con cincuenta años, fue nombrado profesor numerario de Dibujo del Instituto de Segovia (1900), destino al que seguiría una plaza en Logroño y la dirección de su Escuela de Artes e Industrias. Al año siguiente volvió a Toledo, como profesor de estudios especiales de Dibujo y Composición Decorativa, convirtiéndose posteriormente en profesor de Dibujo Artístico y director de la Escuela de Artes. Fue en 1910, al tiempo que obtenía un nuevo reconocimiento: un Diploma de Primera Clase en la Exposición Nacional de Arte Decorativo de Madrid.

 

Miembro de honor y vicepresidente del Círculo de Bellas Artes de la capital española, ingresó como correspondiente en la Real Academia de San Fernando en 1911.

 

En 1916 se convirtió en fundador y académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo (medalla XIII), de la que fue su primer censor. Aportó tres trabajos de interés al Boletín de esta institución, relacionados con las iglesias de San Miguel el Alto, San Lorenzo y San Andrés.

 

Posee obra en pinacotecas nacionales e internacionales, como la Sala Sobieski de los Museos Vaticanos, donde se expone su Santa Teresa en éxtasis. El Museo de Santa Cruz de Toledo alberga La Virgen Obrera, una de sus obras más conocidas.

 

Falleció en Toledo el 10 de diciembre de 1925.

ESTÉNAGA ECHEVARRÍA, Narciso (1882-1936)Información

Académico fundador. Director
Académico fundador. Director

Narciso Esténaga fue el primero de los dos obispos —el otro es Ángel Fernández Collado, titular de la diócesis de Albacete, antiguo académico numerario (2004) y académico honorario desde 2017— que han formado parte de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Se trata, por otra parte, de uno de los eclesiásticos de esta corporación que han sido beatificados por la Iglesia católica tras ser asesinado en el año 1936, junto con José Polo Benito (sucesor de Esténaga como deán de la Catedral de Toledo), Agustín Rodríguez y Rafael Martínez Vega.

 

Natural de Logroño, donde nació el 29 de octubre de 1882 de padres humildes, Narciso Esténaga Echevarría quedó huérfano muy joven. Sus primeros años de formación tuvieron lugar en el Seminario Aguirre para niños pobres de Vitoria, tutelado por María Josefa Sancho de Guerra, fundadora de las Siervas de Dios y primera santa vasca, quien pagó sus estudios y le envió al Seminario de Toledo.

 

Aquí demostró ser un estudiante brillante, obteniendo las máximas calificaciones dentro y fuera del Seminario (también en el Instituto, donde se formó en asignaturas como Francés e Historia Universal). Su trayectoria eclesiástica, desde los primeros años del siglo XX, fue en rápida progresión desde 1905, cuando se presentó por primera vez a las oposiciones a magistral. En 1909 llegó a canónigo por oposición, convirtiéndose en arcediano cuatro años más tarde, y poco después en deán de la Catedral de Toledo.

 

En esta ciudad permaneció hasta 1923, año en el que trasladó su residencia a Ciudad Real al ser consagrado, por mediación del rey Alfonso XIII, obispo-prior de las Órdenes Militares de Caballería de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. Su marcha hizo que quedara inconcluso su proyecto de catalogar el inmenso archivo de la Catedral.

 

Hombre de gran cultura, políglota y excepcional orador —según transmitió la prensa de su época y recogió su biógrafo, el historiador López de la Franca—, Esténaga fue miembro fundador de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo (medalla XX). El 19 de febrero de 1922 fue elegido, tras el fallecimiento de Ramírez de Arellano, segundo director de esta institución. No obstante, su traslado a Ciudad Real motivó su renuncia al cargo (en el que fue sustituido por Hilario González) y también a su condición de académico numerario, convirtiéndose en correspondiente y, posteriormente, el 4 de noviembre de 1923, en académico honorario. Fue también correspondiente de las reales academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando, y reconocido por la primera con el premio instituido por el Barón de Santa Cruz de San Carlos. Entre sus distinciones internacionales sería posible destacar la condecoración de caballero de la Orden de la Corona de Bélgica (de cuya familia real era amigo personal) y la Orden Odrodzenia Polski (Polonia Restituta).

 

El 22 de abril de 1936 participó en la iglesia de las Trinitarias de Madrid (donde descansan los restos de Miguel de Cervantes) en un homenaje a Lope de Vega, organizado por la Real Academia de la Lengua con motivo del tercer centenario del poeta y dramaturgo madrileño.

 

Justo cuatro meses después, ya iniciada la Guerra Civil española, sería fusilado en Peralvillo (Miguelturra, Ciudad Real) junto con su capellán, Julio Melgar. Fue beatificado por el papa Benedicto XVI el 28 de octubre de 2007, junto con otros sacerdotes asesinados en la misma contienda.

GARCÍA CRIADO MENÉNDEZ, Juan (1848-1918)Información

Académico fundador
Académico fundador

El abogado Juan García-Criado Menéndez (1848-1918) merece ser recordado, además de por su activo compromiso con el patrimonio artístico y monumental de Toledo, por haber sido bisagra entre la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos —creada en 1836 y activa a lo largo del siglo XIX y las primeras décadas del XX— y la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas. Había sido ya vicepresidente de la primera de estas dos instituciones durante dos décadas cuando se produjo la creación de la segunda, en la que permaneció nada más que dos años debido a su fallecimiento, a los sesenta y seis años de edad.

 

Licenciado en Derecho Civil y Canónico y en Derecho Administrativo, García-Criado perteneció al Colegio de Abogados de Toledo y fue magistrado suplente en su Audiencia, así como juez de paz. Aparte, fue diputado provincial y correspondiente de la Real Academia de la Historia. Fue también consejero supernumerario del Banco de España en Toledo (1899) y presidente de la Asociación Agrícola Toledana (constituida en el Salón de Mesa en 1907), así como comisario-director de las Escuelas Normales de Maestros y Maestras (por Real Orden del 28 de diciembre de 1908, dimitiendo un año después); asimismo, ocupó el cargo de presidente del Consejo Diocesano de Acción Social Católica de la archidiócesis y fue miembro de la cofradía de la Santa Caridad. Estuvo casado con Hipólita Barsi y García-Ochoa. Su retrato, pintado por Rafael Ramírez de Arellano, se conserva en la sede de esta Real Academia.

 

Se conservan noticias suyas desde al menos 1866, cuando, con apenas dieciocho años, participó en la Exposición Agrícola, Pecuaria, Artística e Industrial de Toledo. Gracias al obituario publicado tras su muerte en el periódico carlista El Porvenir, conocemos que en 1870 «le llevaron los liberales al destierro, deportándole a Portugal, y de allí a Inglaterra, si bien en el camino cambiaron de opinión, desembarcando en Francia, donde permaneció dos años y de donde volvió tan carlista como fue», sufriendo la incautación de sus bienes.

 

En este periódico se le destacó «por su extraordinaria cultura, por su pluma castiza, por sus extraordinarias dotes de polemista, por su argüir robusto y sus bien documentados escritos». Éstos le granjearon varios reconocimientos, como los de la Cámara Oficial Agrícola (1909), la Cruz Roja Española (Diploma de gratitud por sus trabajos publicados en pro de esta institución) y el Patronato Social de Buenas Lecturas (Diploma de socio protector).

 

A finales del siglo XIX mantuvo un duro duelo dialéctico con Emilia Pardo Bazán a propósito de un descubrimiento que el propio García-Criado realizó en la Catedral: la autoría de la célebre escultura de San Francisco, de Pedro de Mena, anteriormente atribuida a Alonso Cano. De este enfrentamiento dio cuenta en su libro A orillas del Tajo. Esparcimientos literarios (Viuda e Hijos de J. Peláez, 1896). Escribió sobre el patrimonio monumental (pidiendo la restauración de la Puerta de Alcántara), leyendas toledanas (realizó un escrito refutando a Olavarría y Huarte, autor del libro Tradiciones de Toledo) y diversos temas religiosos, tanto en prensa toledana como madrileña.

 

Especialmente interesante es uno de sus últimos artículos, publicado en la revista Toledo, en el que reivindicaba con toda justicia la labor que había realizado la Comisión de Monumentos frente al entusiasmo con el que el resto de los fundadores de la Real Academia atribuían a la nueva institución el suponer un antes y un después para la conservación artística de la ciudad.

GARCÍA RAMÍREZ Y MÉNDEZ, Juan (1847-1934)Información

GARCÍA RAMÍREZ Y MÉNDEZ, Juan (1847-1934)

A Juan García Ramírez y Méndez (1847-1934), arquitecto municipal de Toledo durante más de cincuenta años, se deben algunos espacios de gran importancia para comprender la renovación urbana que tuvo lugar en esta ciudad entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Suyos fueron el nuevo Matadero municipal de la Puerta del Cambrón (actual instituto Sefarad), el Cementerio Municipal y el Cine Toledo (antecedente del Cine Imperio, en la Cuesta del Águila). Fue, junto con Ezequiel Martín, el primero de un conjunto de académicos arquitectos del que también han formado y forman parte Álvaro González Saz, Gómez Luengo (padre e hijo), Guillermo Santacruz y Josefa Blanco Paz.

 

Natural de Toledo, ciudad en la que nació en 1847, Juan García Ramírez se convirtió tempranamente en arquitecto municipal, pues ya lo era en 1876, con apenas treinta años. Afín al neomudéjar madrileño de arquitectos contemporáneos como Rodríguez Ayuso, relación que puede percibirse en el Matadero y ya muy tardíamente en el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús (1931-1933), la actividad de García Ramírez fue muy intensa desde los años ochenta del siglo XIX. Emprendió entonces diferentes realineaciones y cambios de rasante que afectaron a vías tan importantes como Comercio (1881) y Tripería. En 1886, mismo año en que fue nombrado arquitecto diocesano, realizó el proyecto general para un nuevo cementerio en el paseo de San Eugenio, en cuya configuración acabaría participando también Ezequiel Martín. Ambos intervendrán en la construcción del Campo Escolar. En 1889-1892 se realizó bajo la dirección de García Ramírez el Matadero, interviniendo, algunos años más tarde, en el remate del Mercado de Abastos. Fue el arquitecto que proyectó la Venta de Aires en 1891 (oponiéndose años más tarde, en 1923, como presidente de la Comisión de Monumentos, a que se construyera sobre el Circo Romano).

 

Como responsable de esta agrupación (de la que fue vicepresidente de 1908 a 1919, y después presidente), se debe a este arquitecto la conservación del brocal islámico aparecido en la parte alta de la calle Instituto con la inscripción «Al-Mulk li-llah, al-Xukr li-llah» («El poder es de Dios, la gracia es de Dios»), el cual intentó vender al Museo Arqueológico Nacional y sería finalmente adquirido en 1930 por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes con destino al Museo Arqueológico de Toledo (posteriormente, expuesto en el Taller del Moro).

 

Hombre de gran religiosidad, realizó diversas actuaciones en el terreno de la arquitectura diocesana, entre ellas la construcción del Seminario Conciliar (1889). También recuperó y amplió el denominado «Salón de los Concilios» del Palacio Arzobispal. Una de sus obras más destacadas, ya al final de su larga carrera, fue el monumento al Sagrado Corazón de Jesús, junto a la basílica del Cristo de la Vega. Otras obras destacables como arquitecto diocesano fueron el refuerzo interior de las naves de la Catedral, la fiel reconstrucción de la torre de la iglesia parroquial de Yunclillos y la restauración de la iglesia de Santiago del Arrabal.

 

En 1915, tras treinta y ocho años de profesión, García Ramírez intentó abandonar el cargo por razones que desconocemos, probablemente por razones de edad. El Pleno municipal acabó disuadiéndole y continuó trabajando durante una década más, viendo reconocidos sus esfuerzos, en 1930, con la Medalla del Trabajo. Casado con María Asunción Cabareda y Cabareda (fallecida en 1902) y padre de una hija, fue fundador de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo (medalla IV) y correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Murió el 25 de febrero de 1934, a los ochenta y siete años de edad. Su sucesor en la Real Academia toledana fue Guillermo Téllez, quien describió a Juan García Ramírez como hombre paternal, bondadoso y piadoso.

GARCÍA REY, Verardo (1872-1931)Información

Académico fundador
Académico fundador

Durante los diez años que permaneció como miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, entre 1916 y 1926, Verardo García Rey (1872-1931) realizó dos importantes descubrimientos relacionados con el Greco. El más relevante fue la localización del retablo de Talavera la Vieja (Cáceres), con importantes pinturas que hasta mediados de los años noventa permanecieron expuestas en el Museo de Santa Cruz y hoy se encuentran en el monasterio de Guadalupe. El segundo fue la Crucifixión del pequeño pueblo segoviano de Martín Muñoz de las Posadas, cuya autoría dejan los especialistas hoy en manos del taller del artista.

 

En realidad, fueron muchas las investigaciones emprendidas por este culto militar gallego, nacido en La Coruña el 22 de enero de 1872. Tras ingresar en el Ejército a los veinte años, fue destinado a Cuba en 1895 con el empleo de sargento. Tres años después obtuvo el ingreso en la Academia de Infantería, de la que salió en 1900 con destino al Regimiento de Burgos y las campañas de Marruecos. Primer teniente en 1903 y capitán en 1910, dos años más tarde se incorporaría a la Academia de Infantería como profesor, donde impartió las asignaturas de Historia y Geografía Militar. En ella, tal y como ha estudiado el historiador militar José Luis Isabel, ocuparía el cargo de bibliotecario entre 1917 y 1924.

 

Su actividad como académico en Toledo ha quedado plasmada en varios trabajos publicados en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, entre ellos «Alonso Vázquez, soldado e historiador» (1919), «Monasterio de Santo Domingo el Real. Historia y Heráldica » (1922) o «El deán Diego de Castilla y la reconstrucción de Santo Domingo el Antiguo de Toledo» (1923), acompañado por una selección de documentos que aparecerían un año más tarde. No recogeremos aquí sus textos de temática militar, publicados en medios como la Revista Técnica de Infantería y Caballería y el Memorial de Infantería, ni tampoco otros de sus muchos artículos sobre patrimonio artístico y monumental. Nos limitaremos a mencionar sólo sus trabajos toledanos, como Los Montes de Toledo. Estudio Geográfico, que fue publicado por el Colegio de María Cristina en 1916 y que reeditó como facsímil la Asociación Cultural Montes de Toledo en 1993. También, dos aportaciones de 1927: «Estancia del escultor Bautista Vázquez en Toledo» (incluido en el primer volumen de los Documentos para la Historia del Arte en Andalucía) y «Nuevas noticias referentes al poeta Garcilaso de la Vega» (Boletín de la Sociedad Española de Excursiones). En la revista Toledo publicó «Los Gilitos» (1923), «Una excursión a Casarrubios del Monte» (1924) y «De la Catedral Primada. Leyendas de la historia» (1926). En El Castellano gráfico, «Datos relacionados con obras de la Capilla del Sagrario» (1925) y «El monasterio de Santo Domingo el Real de Toledo» (1928). Con «Rejeros toledanos del siglo XIX» (1929), en Revista de Arte Español, remató una década especialmente fructífera en investigaciones.

 

En 1928, ya con el rango de comandante, quedó en situación de disponible, retirándose a una residencia que poseía en Molinaseca (León). Allí falleció de forma inesperada en 1931.

 

Verardo García Rey fue académico correspondiente de la Historia (a partir de 1923) y perteneció a la Sociedad Geográfica de Madrid y a la Academia Gallega. Entre sus distinciones es posible destacar la cruz y placa de la Orden de San Hermenegildo y una Cruz al Mérito Militar por, precisamente, varias de sus investigaciones sobre infantería táctica. Una avenida de Ponferrada (León) lleva su nombre.

GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Hilario (1853-1928)Información

Académico fundador. Director
Académico fundador. Director

El teniente coronel Hilario González González (1853-1928), tercer director de esta Real Academia tras Rafael Ramírez de Arellano y Narciso Esténaga, fue un sólido referente cultural en la ciudad de Toledo durante las tres primeras décadas del siglo XX. Profesor en el Colegio de Huérfanos y más tarde en la Academia de Infantería, a él se debe la creación del Museo de la Infantería y la donación de la colección Romero Ortiz, lo que constituyó un importante conjunto de historia militar en el interior del Alcázar muchos años antes de que el Museo del Ejército instalase en Toledo su sede.

 

Natural de Amusco (Palencia), no logró plaza de alumno en la Academia de Infantería hasta los veintiún años, edad avanzada como para lograr una buena carrera. España se desangraba durante la tercera guerra carlista cuando, en 1875, abandonó la institución como alférez, incorporándose a filas en el Maestrazgo. Finalizada la contienda, regresó a Toledo con treinta años y un puesto de profesor en el Colegio de Huérfanos, establecido entonces en el Hospital de Santa Cruz. Desde entonces permanecerá ligado a esta ciudad, donde fue profesor de la Academia de Infantería una vez ascendido a capitán, en 1893. Cinco años después le llegó el ascenso a comandante. Habría de retirarse de la vida militar como teniente coronel.

 

Persona ilustrada y de vastos conocimientos, a él se debe la creación y formación del Museo de la Infantería, a cuyo frente estuvo veinte años y al que consiguió dotar de gran fama, que le mereció ser recompensado con la Gran Cruz al Mérito Militar. En 1925 recibió un homenaje del Ayuntamiento como agradecimiento. En 1900 había sido nombrado vocal de la Sociedad Arqueológica de Toledo, y en 1916 fue uno de los miembros fundadores de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas, de la que años más tarde sería elegido director. También fue diputado provincial y presidente de la Diputación. Conocido por todos los toledanos como «Don Hilario», falleció en la ciudad el 10 de diciembre de 1928, sin llegar a ver cómo su querido museo era trasladado a Madrid por orden del ministro Azaña.

 

Escribió numerosos trabajos sobre temas militares, artísticos y toledanos, entre los que destacan La Fábrica de Armas Blancas de Toledo: resumen histórico (Toledo, 1889); Academia de Infantería: Catálogo de su Biblioteca en 1909 (Toledo, en dos volúmenes) y Resumen histórico de la Academia de Infantería (Toledo, 1925). Hace un siglo, con motivo del centenario del cardenal Cisneros, pronunció el discurso Cisneros bajo el concepto militar (Toledo, 1918). Prolífico articulista en revistas como Toledo, El Castellano Gráfico y Memorial de Infantería, publicó abundantemente en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo sobre temas diversos, desde Felipe II hasta la mozarabía. En esta revista se conserva, asimismo, su discurso de contestación al también militar, ingeniero y geógrafo Alfonso Rey Pastor.

GUERRA CORTÉS, Ramón (1861-1936)Información

Académico fundador
Académico fundador

El sacerdote Ramón Guerra Cortés, cuya biografía es conocida gracias al completo trabajo publicado por Mario Arellano García en la revista Toletum, fue el miembro fundador de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas que menos relación mantuvo con esta institución. Su abultada carrera eclesiástica y responsabilidades como la de deán de la Catedral de Toledo (1907), así como el hecho de residir en Madrid, le obligarían a renunciar a la plaza de numerario apenas un año después de la constitución de la Real Academia, convirtiéndose en correspondiente en 1917.

 

Natural de Barrax (Albacete), aunque criado en La Guardia, donde su padre tenía empleo como sacristán, Ramón Santiago Marcos Guerra Cortés nació el 30 de octubre de 1861. En 1875 ingresó en el Seminario Conciliar de Toledo, obteniendo excelentes calificaciones e iniciando una temprana carrera eclesiástica, ya que solicitó recibir las órdenes menores en 1884, antes de haber terminado los estudios. Coadjutor en El Carpio de Tajo (1885), capellán y director espiritual de las Carmelitas de Villarrobledo (Albacete) y párroco de Los Yébenes (1886), se incorporó en 1891 a la parroquia mozárabe de las Santas Justa y Rufina de Toledo, a la que permanecería vinculado una década. Durante ésta desempeñó diferentes responsabilidades en Toledo (examinador sinodal del Arzobispado en 1898; juez de grados del Colegio de Doctores del Seminario un año después), iniciando una gran carrera como predicador en Madrid que se vería rematada en 1900, con el nombramiento de capellán real. En 1901 recibió, por designación de la corona, la plaza de abad magistral de Alcalá de Henares —ciudad a la que permanecería también estrechamente ligado—, convirtiéndose, cuatro años después, en deán de la Catedral de Orense.

 

Deán de la Catedral de Toledo en 1907, Ramón Guerra Cortés impulsó en el templo diversas tareas de mantenimiento y actualización. Dos de ellas fueron las restauraciones de los frescos de la puerta del Niño Perdido, que acometió el pintor Federico Latorre, y del tímpano de la puerta de Santa Catalina, por Vicente Cutanda, a quien unía una estrecha amistad. Durante su mandato —recogió Mario Arellano— se incorporaron neumáticos a la carroza de la Custodia para celebrar la procesión del Corpus.

 

Los últimos años de su vida, a partir de su nombramiento como auditor del Tribunal de la Rota en 1920, son los menos conocidos. Sabemos, por ejemplo, que formó parte de la comisión del Centenario de la Catedral a mediados de esa década, y que en 1933, con el resto de miembros de la Rota, fue declarado excedente forzoso. Según Arellano, Ramón Guerra murió «mártir» en Madrid durante el verano de 1936. Su retrato del salón de plenos de la Real Academia, obra del pintor Fernando Dorado, fue realizado a partir de la única fotografía conocida del sacerdote, publicada en el periódico El Castellano cuando se celebró en la Catedral el XXII Congreso Eucarístico Internacional, en el año 1911.

MARTÍN MARTÍN, Ezequiel (1850-1932)Información

Académico fundador
Académico fundador

Ezequiel Martín Martín (1850-1932), uno de los dos arquitectos fundadores —junto con Juan García Ramírez— de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, suele ser recordado por proyectos como el edificio del Café Español (Plaza de Zocodover) o el Ayuntamiento de Mora. No obstante, su seña de identidad fueron las escuelas rurales, de las que diseñó un amplísimo conjunto diseminado a lo largo de toda la provincia, entre ellas las de Talavera de la Reina (Escuela de Párvulos, 1884), Escalonilla (1886-1889), Sonseca (1890), Las Ventas con Peña Aguilera (1907) —por cuyo trabajo no cobró, ya que era natural de este municipio de los Montes de Toledo—, Alcaudete de la Jara (1908) y Los Navalucillos (1909). A éstas habría que añadir el desvirtuado proyecto para grupo escolar en la Vega Baja, actual cuartel de la Policía Municipal.

 

Arquitecto por la Escuela de Madrid desde el 7 de junio de 1880, Ezequiel Martín Martín se vinculó tempranamente a la Diputación de Toledo. Arquitecto provincial interino hasta 1882, y arquitecto provincial con plaza en propiedad desde junio de 1883, fue el responsable del diseño y la supervisión de centenares de proyectos arquitectónicos a lo largo de casi medio siglo de profesión.

 

Además de las escuelas, también trazó los edificios de varios ayuntamientos, como los de Sonseca (1892-1894), Torralba de Oropesa (1901, por 6.000 pesetas) y Mora, edificio historicista cuyos planos diseñó en 1921, con más de setenta años de edad, y que se haría realidad, aunque con ciertas diferencias, algunos años más tarde. La antigua cárcel de Illescas (1887) y el nuevo matadero de La Puebla de Don Fadrique (1915) fueron otros de sus proyectos como técnico provincial. En febrero de 1889, tras el cese del importante arquitecto quintanareño Agustín Ortiz de Villajos, Ezequiel Martín se encargó durante varios años de finalizar las obras del Palacio de la Diputación.

 

Sus muchos cometidos en la provincia —no sólo el diseño de nuevos edificios, sino también numerosos peritajes, obras hidráulicas e infraestructuras— fueron recogidos por la prensa de la época. No sólo la local, que dio fe de actuaciones como su participación en el proyecto de traída de aguas a Toledo en 1898 (con el arquitecto municipal, José Ramón Ortiz, y los ingenieros Fernando G. Miranda y Ramón Rodríguez) o la supervisión del salón-teatro y otros edificios de Torrijos en 1909, sino también la madrileña, quien destacó su labor al frente de la demolición de numerosas viviendas en Consuegra como consecuencia de las inundaciones de 1891. Entre sus actuaciones urbanísticas es posible mencionar un plan de reforma de edificios para Fuensalida (1915) y la alineación y ensanche del acceso a Valmojado (1916). Escribió en varias ocasiones en la Revista de la Sociedad Central de Arquitectos, denunciando en 1894 la injerencia del ingeniero-jefe provincial en la construcción de un centenar de viviendas en Villacañas.

 

Desde los primeros años de su actividad profesional destacó su interés por la cultura. En 1889, junto a Manuel Tovar, instaló en la Capilla de San Jerónimo del Convento de las Concepcionistas el Arco de los Pavones, recientemente desmontado del llamado «Palacio del rey Don Pedro». Su actividad al servicio de la Comisión de Monumentos, de la que se convertiría en vicepresidente en 1919, fue muy importante. Ezequiel Martín dirigió los trabajos de restauración del Cristo de la Luz en 1899 (momento en que la antigua ermita fue declarada monumento nacional) y trazó un plano topográfico de las excavaciones del Cerro del Bú en 1905. Al año siguiente fue vocal de la junta inspectora de las obras de reparación y reforma del Hospital de Santa Cruz, destinado a biblioteca y museo dependientes del Ministerio de Educación Pública. En 1908 disertó en la Casa de Mesa sobre el riesgo de hundimiento del Puente de Alcántara debido a la tubería de Santa Ana. Fruto de sus intervenciones en espacios históricos, como la Casa del Conde Esteban (en donde apareció una excepcional viga mudéjar) o la Vega Baja (en donde rescató una sepultura hebrea que a finales de los años veinte adquirió el Estado por 2.000 pesetas, con destino al Museo Arqueológico de Toledo), aparecieron importantes restos arqueológicos.

 

Además de arquitecto provincial, Ezequiel Martín fue arquitecto municipal interino (en 1898, tras la dimisión de José Ramón Ortiz) y también arquitecto diocesano por designación real (1905), colaborando con García Ramírez en la renovación de las cubiertas de la Catedral. En Toledo realizaría destacadas obras, entre ellas el edificio del Café Español (1907), el actual cementerio (cuyos planos trazó en 1909, junto con el diseño de varios mausoleos particulares, algunos de ellos diseñados para el camposanto anterior, como el de la familia Esquivel-Minaya) y el grupo escolar para la Vega Baja (1914), proyecto de «azarosa historia» sobre el cual ha escrito Rafael del Cerro Malagón. En 1910 presupuestó en la enorme cantidad de 600.000 pesetas la construcción de un nuevo hospital que sustituyese al de la Misericordia, proponiéndose como alternativas para su edificación los cerros de San Blas (donde hoy se encuentra la Academia de Infantería) o los alrededores de la Plaza de Toros y la carretera de Madrid. Este proyecto no se llevó a cabo. Otro de los edificios que contribuyó a reformar fue el Casino, encargándose en 1920 de la dirección de obras a partir del nuevo proyecto de Felipe Trigo. Más modestos fueron sus proyectos para la capilla de las Hermanitas de los Pobres (1894), un depósito de aguas en el Paseo del Carmen (1911), un almacén de regaliz junto a la Venta de la Estrella (1918) y «un bonito hotel ‘para obreros’ en la Vega Baja», en el entorno del Circo Romano.

 

Ezequiel Martín participó en diferentes órganos locales, como las juntas de Instrucción pública (1902) y Protección de la infancia y represión de la mendicidad (1914), y el Consejo provincial de Agricultura y Ganadería (1917). Simultaneó sus responsabilidades con el trabajo como perito para la Sociedad de Seguros ‘La Toledana’ y la Cámara de la Propiedad Urbana.

 

Miembro de la Sociedad de Excursionistas Españoles desde finales del siglo XIX, en 1913 se convirtió en presidente de la junta que gestionaba la Plaza de Toros. En 1914 formó parte de la Comisión de Festejos organizada con motivo del centenario del Greco. Tras la fundación de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas se convirtió en su primer depositario-contador, adquiriendo un pequeño grupo de pinturas de Pedro Román durante la exposición artística organizada por esta institución en 1920. Residía en la Plaza de San Agustín, número 2. Caballero de la Orden de Carlos III, fue propuesto para recibir también la Orden Civil de Alfonso XII. Perteneció a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y a las de Sevilla, Valencia y Cádiz.

MORALEDA Y ESTEBAN, Juan de Mata (1857-1929)Información

Académico fundador
Académico fundador

La vida y producción investigadora del médico y erudito Juan Moraleda y Esteban fue tan amplia que ha alimentado estudios como el que le dedicó, hace ya cuarenta años, Manuel Sánchez Calvo: Vida y obra del médico toledano don Juan de Mata Moraleda y Esteban (Caja de Ahorro Provincial de Toledo, 1977). Más recientemente, han tomado el testigo investigadores como Jesús Gómez Fernández-Cabrera (La villa de Orgaz y otros escritos, Círculo Rojo, 2022), responsable del blog Villa de Orgaz, municipio del que Moraleda fue cronista desde 1886 y al que dedicó varios trabajos.

 

Allí nació el 10 de febrero de 1857, aunque su familia se trasladó a la capital provincial cuando él contaba apenas un año de edad. Aquí realizaría sus primeros estudios, hasta el bachiller. En 1873 se trasladó a Madrid para estudiar Medicina en la Universidad Central, obteniendo siete años después el título de licenciado.

 

Su primer destino como médico, simultaneado ya con sus primeras investigaciones históricas —como Tradiciones y recuerdos de Toledo (Imprenta de Cea, 1883); libro reeditado en Toledo en varias ocasiones, entre otras por Menor Hermanos (1888), Zocodover (1983) y mucho más recientemente por Ledoria (2013)—, fue en la villa de Nambroca, a donde se trasladó en 1882.

 

En 1892 fue nombrado médico de la Beneficencia Municipal, siéndole adjudicado el V Distrito (correspondiente a la zona de arrabales y extramuros). Mantuvo su ocupación como sanitario hasta el fin de sus días, siendo reconocido como decano del Cuerpo de Médicos en 1929 (el mismo año en el que falleció, a la edad de 72). A continuación, enumeramos algunos de sus trabajos sobre esta temática: El cólera en Toledo en 1890 (Menor Hermanos, 1891); «La medicina y la farmacia en Toledo», artículo publicado en el periódico El Día en 1898; El agua en Toledo (Serrano, 1908); Médicos y farmacéuticos célebres de Toledo y sus obras (Viuda e hijos de J. Peláez, 1911) y Hedores y aromas: disquisición referente a hechos de química orgánica (Viuda de López del Horno, Madrid, 1921).

 

De 1892 es otro de sus libros más conocidos, Leyendas históricas de Toledo (Menor Hermanos), del que existe otra reedición reciente, publicada por Covarrubias en 2011, con introducción y notas de Carlos Pantoja Rivero. Este investigador se ocupó, en 2015, de la reedición de Cristos populares de Toledo, también impulsada por Covarrubias al cumplirse un siglo desde que esta obra vio la luz. En 2002, Antonio Pareja editó Fiestas Toledanas a partir de los textos de Moraleda aparecidos en La Campana Gorda. Otro de sus trabajos de importancia es Bibliografía toledana de la Guerra de la Independencia (Viuda e Hijos de J. Peláez, 1911).

 

No disponemos aquí de suficiente espacio como para realizar una relación aproximada de sus obras, pero sí mencionaremos algunas de sus inquietudes, que fueron desde la tauromaquia hasta la literatura de viajes. Hombre profundamente religioso, Moraleda y Esteban se interesó por diferentes aspectos de la Iglesia toledana. En 1891, con Menor Hermanos, publicó La Virgen del Sagrario de Toledo y su basílica. Siete años después, con la Imprenta de Lara, Santa Leocadia, Virgen y Mártir.

 

Entre 1904 y 1911, con Florencio Serrano y Gómez Menor, firmó varios opúsculos sobre los mozárabes toledanos, seguidos por Los seises de la ciudad de Toledo (1911) y por La Cruz y Toledo: centenario constantiniano (Viuda e Hijos de J. Peláez, 1913). De 1917, con motivo del centenario del cardenal Cisneros, es su trabajo Estratagema de Cisneros en la batalla de Orán (Mauricio S. Gómez). Prueba de sus inquietudes genealógicas es el opúsculo El apellido Moraleda, publicado por Serrano en 1903 y reeditado al menos en dos ocasiones, por Gómez Menor (1912) y Lara y Garcés (1915). En 1908 trabajó en una disquisición sobre el apellido Rojas, mientras que en 1914 prologó el estudio de Alonso de Arroyo Los Varona y Sotomayor: su genealogía e historia (Lara y Garcés). La numismática fue otra de sus obsesiones. Dedicó a este tema varios trabajos, en castellano y en francés, como los que envió a Bruselas en 1891 y al Congreso Internacional de París de 1900. De 1892 es su Catálogo de la colección de monedas y medallas (Menor Hermanos), seguido, un año después, por Numismática toledana (Lara, 1893).

 

A los dichos de esta ciudad dedicó, en 1911, su Paremiología toledana o Tratado de los refranes (A. Garijo), que en 2011 reeditó Covarrubias —con estudio de Luis Alberto Hernando Cuadrado— bajo el título Refranes y dichos toledanos. Otra de sus obras, bastante temprana, fue Cantares populares de Toledo, que publicó siendo ya cronista de la villa de Orgaz, en 1889. Moraleda y Esteban dedicó varios trabajos a su lugar de nacimiento, entre ellos una Historia de la muy noble, antigua y leal villa de Orgaz, manuscrito de 1887 conservado en la Real Academia de la Historia y a partir del cual Gómez-Menor realizó una edición en 1964. También conocidos son sus Romances orgaceños (1900), a cuya primera edición, en la Imprenta de Florentino Serrano, siguió otra en 1998. Del año 1903 es su testimonio «A la memoria de los hijos de Orgaz sacrificados por la Partida de los Palillos capitaneada por Rito Flores», suceso de la Guerra Carlista que tuvo lugar el 25 de febrero de 1839. En 1906, para finalizar, publicó el opúsculo Notas orgaceñas. Concluiremos este recorrido mencionando varios de sus trabajos publicados en el Boletín de la Real Academia de la Historia, de la que era correspondiente por Toledo: «Las cuevas de Olihuelas» (1894), «Mercurio de bronce descubierto en La Puebla de Montalbán» (1904) y «Nueva inscripción romana de Toledo» (1907).

 

Presidente de la Sociedad Arqueológica y la Sociedad de Escritores de Toledo, Juan de Mata Moraleda y Esteban fue miembro fundador de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Rafael Ramírez de Arellano le retrató, con la medalla XV y la Real Orden de Carlos III en la solapa, la cual se le autorizó como blasón y escudo de armas de su familia.

RAMÍREZ DE ARELLANO Y DÍAZ DE MORALES, Rafael (1854-1921)Información

Fundador y primer director
Fundador y primer director

El recuerdo de Rafael Ramírez de Arellano (1854-1921), fundador y primer director de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas, se mantiene vivo a través de trabajos tan importantes como Las parroquias de Toledo (1921), sistemático repaso por el patrimonio artístico de los templos de la ciudad, publicado el mismo año de su muerte y reeditado desde entonces en varias ocasiones.

 

Nació en la ciudad de Córdoba el 3 de noviembre de 1854, en el seno de una culta familia. Su abuelo, Antonio Ramírez de Arellano, abogado de los Reales Consejos, formó parte de la Real Asociación Laboriosa de Lucena. Su padre, Teodomiro Ramírez de Arellano, periodista y oficial de la Administración, fue académico correspondiente de la Historia y director de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba.

 

Rafael Ramírez de Arellano cursó estudios de pintura en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad y los completó en Madrid, bajo la tutela de Federico Madrazo. En 1872, al igual que su padre, ingresó en la Administración del Estado y tuvo destino en distintas ciudades, entre ellas Toledo, donde fue secretario del Gobierno Civil. Sus primeros trabajos estuvieron dedicados a su Córdoba natal y a Ciudad Real. En 1914, con motivo del tercer centenario de Domenikos Theotokopoulos, pronunció un discurso titulado Góngora y el Greco. Dos años después, publicó el opúsculo Nuevas tradiciones toledanas. En 1921, cuando murió, apareció Las parroquias de Toledo, publicado por la imprenta de Sebastián Ramírez.

 

La Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo conserva memoria de su actividad a través de diferentes sesiones académicas, en las que dio lectura a trabajos relacionados con la restauración de las iglesias de San Lucas y San Sebastián, y los inventarios de San Marcos y de Santa Eulalia. Por otra parte, Rafael Ramírez de Arellano pintó al óleo los retratos de todos los académicos fundadores, entre ellos el suyo propio, colección que preside el salón de plenos de la Real Academia en su actual sede de la calle de la Plata.

 

Delegado regio de Bellas Artes en Toledo, perteneció a numerosas instituciones académicas y culturales. Fue numerario de la Real Academia cordobesa y correspondiente de las reales academias de la Historia y de San Fernando, de la sevillana de Buenas Letras y de la de Declamación, Música y Buenas Letras de Málaga. Cronista de Córdoba, fue asimismo miembro de varias comisiones provinciales de monumentos y de las sociétés hispaniques de Burdeos, París y Marsella, así como de la Hispanic Society of America.

 

Una placa en la Plaza de Marrón, donde tuvo su residencia, testimonia su labor al frente de la institución durante sus cinco primeros años de andadura. El académico numerario Mario Arellano García le dedicó su discurso de ingreso a mediados de los años ochenta.

ROMÁN MARTÍNEZ, Pedro (1878-1948)Información

Académico fundador. Director
Académico fundador. Director

La Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo ha contado con fotógrafos entre sus miembros desde el mismo momento de su fundación. Uno de los más importantes, por su carácter pionero y abultada producción, fue Pedro Román Martínez (1878-1948).

 

Pintor, además de fotógrafo —la fotografía tardaría aún algunos años en ser reconocida por las instituciones académicas, lo que no quita que sus imágenes tuvieran una gran importancia a la hora de documentar las mociones e informes elaborados por la Real toledana a lo largo de tres décadas—, Pedro Román era natural de Alcaraz (Albacete), aunque llegó a Toledo con solamente doce años. Durante su juventud se trasladó a Madrid, donde estudió Bellas Artes y adquirió, probablemente, sus primeros conocimientos como fotógrafo. De vuelta en Toledo, comenzó a partir de 1910 un periplo como profesor por varios centros de enseñanza, como el Colegio de Huérfanos de María Cristina (actual Hotel María Cristina), la Academia Militar y el Colegio de Doncellas Nobles. Pronto se incorporaría a la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, de la que llegará a ser secretario y director. También fue secretario, bibliotecario y director de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas, a cuya fundación contribuyó en 1916. Fue el creador y director de la Sección de Artes Liberales.

 

Su labor como fotógrafo no ha sido reconocida hasta las dos últimas décadas, destacando el impulso que brindó a la recuperación de su legado la Diputación Provincial (que organizó una gran exposición en el Centro Cultural San Clemente, en 2008). Además de tener imágenes publicadas en algunas de las mejores publicaciones periódicas de comienzos del siglo XX, desde La Esfera hasta Blanco y Negro, pasando por Nuevo Mundo y Mundo Gráfico, Pedro Román obtuvo varios reconocimientos por esta faceta. Entre ellos, una mención honorífica dentro de la Exposición Nacional de Fotografía celebrada en Valencia en 1906 y un diploma de mérito (así como medalla de plata en Pintura) en la Exposición de Pintura y Fotografía del Círculo de Bellas Artes e Instrucción Popular de Murcia, en 1908.

 

Como pintor, destacó su participación en encuentros artísticos como la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid en 1904, la exposición del Centro de Turismo de Toledo en 1923 y las muestras colectivas organizadas por la Real Academia en 1920 y 1921. En 1929 participó en la Exposición Iberoamericana de Sevilla y en la Exposición Regional de Bellas Artes e Industrias Artísticas de Toledo. Entre sus galardones destacan el Premio de Su Majestad el Rey en la Exposición de Apuntes Históricos de Toledo (1918), entre otros. Amigo y discípulo de Ricardo Arredondo, tenía también conocimientos de música y arqueología, los cuales quedan patentes en varios de sus trabajos publicados en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. El retrato que aparece aquí reproducido fue realizado por Rafael Ramírez de Arellano.

 

Miembro de la Comisión Provincial de Monumentos (1919-1931), fue también concejal en el Ayuntamiento de Toledo durante una breve etapa, entre 1925 y 1928.

RUBIÓ ROSELL, Robert (1886-1962)Información

Académico fundador
Académico fundador

Este escultor valenciano, numerario de la Real Academia de San Carlos y secretario de la Escuela de Artes de Toledo poco antes de la Guerra Civil, es uno de los fundadores menos conocidos de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Muestra de su talento son algunas piezas desperdigadas por la ciudad, como las placas en homenaje a Rafael Ramírez de Arellano y Luis Tristán (instaladas en la Plaza Marrón y la Bajada del Barco en 1922 y 1924, respectivamente), un busto del comandante Villamartín inspirado en el monumento de Benlliure (que conserva el Museo del Ejército y que fue portada de la Revista de Historia Militar en 1983) y quizá la más valiosa de todas: una semblanza del Cardenal Cisneros en yeso que es propiedad de la Real Academia toledana y que preside su pequeña colección artística de la Calle de la Plata.

 

Natural de Barcelona, donde nació el 2 de enero de 1886, Rubió se trasladó con su familia pocos años después a Valencia. Allí ingresó tempranamente en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos. También lo hicieron dos de sus hermanos, Rafael Rubió Rosell, quien años después se convertiría en un importante escultor valenciano, y Robustiano Rubió Rosell, que será correspondiente de la Real Academia toledana en Buenos Aires.

 

Obtuvo varios premios y menciones académicas desde muy joven, al menos desde 1900. Una década después obtendría una medalla de segunda clase en la sección de escultura de la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en 1912, y la primera medalla en la Internacional de Barcelona de 1913. Fruto de aquellas experiencias fueron piezas como Oración y sueño, Puesta de Sol y El Hombre, un busto de niño destacado por su notable estudio del natural.

 

El 28 de junio de 1913 comenzó su vinculación con Toledo, al conseguir plaza como profesor en la Escuela de Artes y Oficios. Su labor en aquellos momentos fue bastante activa, participando en nuevas exposiciones en Madrid y Panamá, aunque no conocemos la mayoría de sus trabajos. Sí tenemos constancia de su actuación en el retablo mayor de la parroquia de Santo Tomé y bustos como los del ceramista Sebastián Aguado y el general José Villalba, que se conserva en la Academia de Infantería.

 

En 1916 contribuyó a la fundación de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas. Permaneció en ella como numerario hasta 1928, reincorporándose después en 1935. Algunos años después, finalizada la guerra, abandonaría Toledo definitivamente para establecerse en Valencia, donde se convertiría en profesor y luego director de su Escuela de Artes. No obstante, su legado en la ciudad del Tajo se mantuvo gracias a discípulos como Cecilio Béjar.

 

Miembro de la Real Sociedad Económica de Toledo y académico de San Carlos de Valencia, en esta ciudad se conserva uno de sus escasos ejemplos de escultura urbana: un busto largo del también escultor Damián Forment, que preside la plaza que le está dedicada (y para el que Robert Rubió se inspiró en un supuesto autorretrato del retablo mayor de la Catedral de Huesca).

SAN ROMÁN Y FERNÁNDEZ, Francisco de Borja de (1887-1942)Información

Académico fundador. Director
Académico fundador. Director

Nació en Ávila el día 12 de enero de 1887, siendo el cuarto hijo de Teodoro de San Román Maldonado y Amparo Fernández Anduaga. Cuando tenía cinco años su familia se trasladó a Toledo debido al destino de su padre, catedrático de Geografía e Historia en el Instituto. Francisco de Borja realizó allí sus primeros estudios, graduándose después como maestro elemental. Su formación académica continuó en Madrid, en cuya Universidad Central se licenció en Filosofía y Letras. Obtuvo el doctorado en 1910, a los 23 años, con una tesis dedicada al Greco en Toledo.

 

En estos primeros años de actividad profesional fue profesor de música en la Escuela Normal de Toledo y ayudante dentro de la Sección de Letras del Instituto. En 1913 accedió al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, convirtiéndose tres años después en titular de la Biblioteca y Museo Arqueológico de Toledo (situado entonces en San Juan de los Reyes). En 1931, cuando esta institución había sido trasladada ya al Hospital de Santa Cruz, inició la organización del Archivo Histórico Provincial.

 

Durante la Guerra Civil fue trasladado a Madrid y posteriormente a Valencia, capital de la República, donde intervino en el rescate de numerosa documentación religiosa y civil irremplazable, entre ella un importante fondo documental de la Catedral toledana. Finalizada la guerra regresó a Toledo. Murió en Madrid en el año 1942.

 

Sus investigaciones, muy amplias, giraron en torno a figuras como Garcilaso de la Vega —de quien descubrió numerosa documentación de interés biográfico—, Lope de Vega y sus contemporáneos, como Baltasar Elisio de Medinilla y Tirso de Molina. Sin embargo, el grueso de sus investigaciones —más de sesenta trabajos— tuvo al Greco como protagonista. Varios de estos estudios fueron publicados en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Francisco de Borja de San Román fue uno de los fundadores de esta institución, el 11 de junio de 1916. En ella ejerció como bibliotecario hasta 1933, momento en que sucedió a su padre como director. Se mantuvo en este cargo hasta su fallecimiento.

SAN ROMÁN MALDONADO, Teodoro de (1850-1933)Información

Académico fundador. Director
Académico fundador. Director

Teodoro de San Román Maldonado fue, al igual que Sebastián Aguado, uno de los fundadores de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo con mayor proyección familiar dentro de esta institución. No sólo pertenecieron a ella Francisco de Borja San Román (uno de sus siete hijos) y el médico Rafael Sancho de San Román (1935-2018), sino que los tres llegaron a ocupar el puesto de director en determinados momentos de su historia.

 

El primero de todos fue Teodoro de San Román, nacido en León en 1850. Fue durante muchos años director del Instituto Provincial, primer teniente de alcalde (y alcalde accidental, puntualmente) y autor de diversos trabajos históricos, la mayoría de ellos relacionados con Toledo. A esta ciudad, a la que se incorporó como catedrático de Geografía e Historia en 1891, permaneció vinculado durante más de cuarenta años. Anteriormente había pasado por Teruel y Zaragoza, donde realizó sus estudios de segunda enseñanza y de bachillerato. Tras doctorarse en Filosofía y Letras por la Universidad Central, y ya con los títulos de Magisterio elemental, superior y normal, Teodoro de San Román se licenció en Derecho civil y canónico (llegando a ejercer como abogado, esporádicamente, en Toledo). Fue profesor en Guadalajara, Reus (Tarragona), Cuenca y Ávila. En la primera de estas cuatro ciudades contrajo matrimonio con Amparo Fernández en 1878. Tuvieron siete hijos: Pilar, Natalio, Rafael, Francisco de Borja, Teresa, Amparo y Teodoro.

 

Poco después de instalarse en Toledo fue nombrado director del Instituto, donde contribuyó a formar a dos generaciones de investigadores de la ciudad. En esta dimensión ha sido estudiado por especialistas como José María Ruiz Alonso, autor de La edad dorada del Instituto de Toledo (1900-1937), investigación publicada por Ediciones Almud. En 1931, a edad ya muy avanzada, pronunció una emocionada defensa de la profesión de maestro en el homenaje que el Instituto realizó al importante pedagogo José Lillo Rodelgo (1887-1960), miembro, a su vez, de la Real Academia toledana. Sus palabras fueron recogidas el 4 de abril en la revista de primera enseñanza La Bandera Profesional.

 

Su campo como investigador fue amplio. Se interesó por la Castilla medieval y el reinado de Alfonso X el Sabio, la personalidad de Cisneros y las ruinas del convento de La Salceda. También escribió sobre el arzobispo toledano Valero y Losa. En 1914 fue vicepresidente de la comisión ejecutiva del Centenario del Greco en esta ciudad, subordinado al alcalde de Toledo en aquel entonces, Félix Conde. Menos conocida es su faceta como concejal, cargo que ejerció en varias ocasiones durante las dos primeras décadas del siglo XX. Impulsó varias medidas relacionadas con el patrimonio monumental y el urbanismo, desde obligar a los vecinos a reponer el pavimento de granito de las aceras correspondiente a sus fachadas hasta otorgar su denominación actual a determinadas calles con nombres de personajes históricos, como Juan de Mariana y Gerardo Lobo.

 

Políticamente conservador (fue secretario de Unión Patriótica), San Román recibió numerosas críticas por parte de la prensa republicana, entre ellas las del abogado y periodista Cándido Cabello (quien años más tarde sería interlocutor del coronel Moscardó en la célebre llamada telefónica al Alcázar). Este le calificó como «edil moral y elocuente» en un poema burlesco para ridiculizar su decisión de prohibir los bailes de máscaras en el Teatro de Rojas.

 

Teodoro de San Román fue miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia desde 1898 hasta su muerte, en 1933, a los 82 años de edad. Durante los seis últimos fue director de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.

SÁNCHEZ-COMENDADOR GUERRERO, Buenaventura (1872-1939)Información

Académico fundador
Académico fundador

Buenaventura Sánchez-Comendador Guerrero fue dibujante, fotógrafo, profesor de metalistería —ganador de una tercera medalla en la Exposición Nacional de 1904—, conservador de las Casas Consistoriales y archivero municipal de Toledo. Una amplia y versátil trayectoria que podría haber sido mayor de no ser por una personalidad —indicaba el periódico El Día en 1912— que «vale mucho, pero no se mueve; trabaja y vive encerrado en su modestia y por eso no medra ni su mérito sale a la superficie».

 

Es poco lo que conocemos del académico fundador que fue titular de la medalla XIX. Nació en Toledo el 14 de julio de 1872, estudiando en el Instituto Provincial (donde fue premiado en 1888 por su aplicación en Psicología, Lógica y Ética). Cinco años después ingresó en el Ayuntamiento como sofiel y auxiliar del Archivo Municipal, responsabilidades a las que añadió el empleo de conservador de las Casas Consistoriales, con derecho a residir en el Palacio Municipal. Desempeñaría este empleo durante cuarenta años.

 

Paralelamente, Buenaventura Sánchez Comendador aprendió el oficio del metal y se vinculó tempranamente a la Escuela Superior de Artes Industriales. Como miembro de la misma participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1904, obteniendo una tercera medalla —la primera fue para el ceramista Sebastián Aguado, posteriormente compañero en esta Real Academia— por unos herrajes artísticos inspirados en el siglo XVI (los cuales aparecieron reproducidos en huecograbado en la revista Blanco y Negro). Un año después, sería nombrado profesor de Metalistería en la Escuela, compaginando estas enseñanzas con las de otras disciplinas durante las dos décadas siguientes. En 1906 volvió a presentarse a una nueva exposición nacional con una «cerradura gótica». A lo largo de los próximos años seguirá enviando a Madrid, sin éxito, composiciones como un tríptico de hierro y cobre sobre reclinatorio de nogal que el pintor José Vera González elogió encarecidamente en las páginas de El Eco Toledano en 1911.

 

Como funcionario municipal y como profesor de la Escuela de Artes, Sánchez-Comendador fue testigo de la vida cultural y de visitas institucionales como la que realizó el presidente francés Raymond Poincaré en 1914. Suyo fue el diseño del artístico pergamino, en el que se enlazaban los escudos nacionales de España y Francia, con el que se obsequió al dignatario. En 1909 había proyectado, por encargo de Juan de Mata Moraleda y Esteban, las escarapelas con las que se conmemoró el primer centenario de la Guerra de la Independencia. Ese mismo año realizó las medallas otorgadas por la Cámara Agrícola Toledana. En 1910 decoró el menú para el banquete organizado, en el Hotel Castilla, en honor al escultor Miguel Ángel Trilles (1866-1936). Cinco años después realizaría el cartel para las fiestas de agosto. Otros de sus pergaminos artísticos fueron los del título de hijo adoptivo de Toledo para el literato Francisco Rodríguez Marín (1917) o el que habría de ser entregado al director del Instituto, Teodoro San Román, con motivo de su jubilación (1920). El más importante de todos estos diplomas, no obstante, fue el que realizó en 1918 con motivo del nombramiento del rey Alfonso XIII como miembro protector de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. El monarca, informó El Eco Toledano, «después de elogiar calurosamente el artístico trabajo, preguntó con gran interés por su autor». Su diseño fue muy destacado también, en la antecámara regia, por Amós Salvador, arquitecto, diputado y años más tarde ministro de la Gobernación. En 1926, para finalizar esta breve relación de obras, realizaría, además, el diseño del sello con el que la Catedral de Toledo celebró su VII centenario.

 

Por si esta trayectoria no fuera suficiente, Buenaventura Sánchez-Comendador unió a sus inquietudes la de fotógrafo, que ejerció profesionalmente a partir de julio de 1912 en su estudio —La Fotografía Artística— de la Calle Comercio, 70 y 72. Algunas de sus vistas de paisajes y monumentos toledanos fueron reproducidas en portada en la revista La Campana Gorda. En 1915 envió algunas de estas imágenes a una exposición celebrada en la ciudad alemana de Munich. Sin embargo, su mayor aportación a la fotografía toledana fue recibir y salvaguardar el antiguo y valioso fondo de Casiano Alguacil (1832-1914).

 

Los medios toledanos destacaron su talento e innata modestia, sin recibir más críticas que ciertos ataques personales publicados en Heraldo Obrero a finales del verano de 1927. En ellos se lamentaba el pobre desarrollo de unos trabajos de metalistería expuestos en el Ayuntamiento y que el responsable de la conservación de las Casas Consistoriales permitiese que las telarañas ocultasen el techo y las ventanas de su escalinata. «No creo que la misión de la prensa sea —atajó desde las páginas de otro periódico, El Proletario— la de molestar por sistema, pues en ese caso su beneficiosa actuación se trueca en algo así como el escupitinajo de un sapo, que emponzoña con su viscosidad cuanto alcanza y se convierte, de órgano portador de la opinión pública, en un organillo callejero, sirviendo sólo para molestar los oídos de los pacíficos ciudadanos».

TOVAR CONDÉ, Manuel (1851-1921)Información

Académico fundador
Académico fundador

Pese a que desarrolló una gran labor como restaurador en Toledo a finales del siglo XIX —a él se debe el descubrimiento de la milenaria inscripción cúfica de la mezquita del Cristo de la Luz y la rehabilitación de la capilla de San Jerónimo, en el conventon de la Concepción Francisca—, Manuel Tovar Condé (1851-1921) es uno de los fundadores de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de los que menos recuerdo se ha conservado en la ciudad de Toledo.

 

Natural de Sevilla, comenzó su actividad profesional en 1875, trabajando junto al primer restaurador del Museo Arqueológico Nacional, Francisco Contreras, en una maqueta del mihrab de la mezquita de Córdoba que sería expuesta en Londres y París. Ambos participaron después en la restauración del palacio del Infantado, interviniendo en la decoración interior del desaparecido palacio neomudéjar de Xifré, frente al Museo del Prado. Más adelante, en 1912, sería nombrado restaurador del Museo Arqueológico Nacional.

 

Su llegada a Toledo se produjo en 1876, como auxiliar de la Comandancia de Ingenieros. Manuel Tovar colaboraría en las obras de restauración y adaptación del Alcázar como sede de la Academia de Infantería. Desgraciadamente, su trabajo en dependencias como el denominado “Salón Mudéjar” se perdió nueve años después, en el incendio de 1887. Posteriormente, participará en las obras de restauración de la fortaleza, contribuyendo a la ornamentación de los edificios situados en la zona del Picadero. Trabajó también como delineante de la Fábrica de Armas.

 

Fue un destacado investigador del patrimonio arqueológico toledano y colaborador de Rodrigo Amador de los Ríos en sus investigaciones sobre la ciudad, realizando varios de los planos de su obra Monumentos arquitectónicos de España. A él se deben las primeras descripciones de canalizaciones romanas del Casco histórico de la ciudad, así como el hallazgo de la inscripción cúfica en la fachada de la mezquita del Cristo de la Luz. En 1889 restauró la capilla de San Jerónimo, situada en el convento de la Concepción Francisca.

 

Asiduo de la tertulia celebrada en la Escuela de Artes y Oficios, Manuel Tovar Condé fue quien propuso al resto de sus miembros constituir la futura Academia toledana. Como numerario de la misma fue retratado por Rafael Ramírez de Arellano. Era también correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, vocal de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Toledo y bibliotecario-archivero de la Sociedad Cooperativa de Obreros de Toledo.

 

Su muerte se produjo en circunstancias trágicas en 1921, tras el accidente ferroviario de Villaverde Bajo. Manuel Tovar fue ingresado en estado muy grave en el Hospital Provincial de Madrid, donde murió el 5 de julio de ese año, dejando una hija en apurada situación económica.

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