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24 de octubre del 2019

Homenaje a don Ramón Gonzálvez en Talarrubias

Homenaje a don Ramón Gonzálvez en Talarrubias

HOMENAJE EN TALARRUBIAS A DON RAMÓN GONZALVEZ RUIZ, SU ILUSTRE VECINO

 

El pasado sábado tuvo lugar en Talarrubias el homenaje a don Ramón Gonzalvez Ruiz (1928-2019) sacerdote, historiador, Canónigo-Archivero de la Catedral Primada y Académico de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Ilustre vecino de Talarrubias donde vivió su infancia y acudía cuando sus ocupaciones se lo permitían, sin faltar ningún verano.

Este homenaje se proyectó en vida de don Ramón, así lo manifestó el alcalde Antonio García Sánchez, pero se ha convertido en póstumo.  Los actos comenzaron con una solemne misa concelebrada con el párroco y sacerdotes de los pueblos del entorno y oficiada por el Deán de la Catedral Primada de Toledo, don Juan Miguel

Ferrer Grenesche, en la parroquia de Santa Catalina, donde actuó la Coral Unificada Santa Cecilia.

En la Casa de la Cultura, el alcalde, Antonio García Sánchez, dio la bienvenida a los asistentes que llenaban el salón, agradeciendo especialmente la presencia de las personas venidas en autobús desde Toledo. La Cronista de Talarrubias, Soledad López-Lago, fue presentando a los intervinientes: doña Guadalupe Carapeto Márquez de Prado, Catedrática de Historia y muy vinculada a Talarrubias. fray Guillermo Cerrato Chamizo, Guardián del Monasterio de Guadalupe, nacido como don Ramón en Puebla de Alcocer, cuyo alcalde estaba entre los invitados. Don Juan Miguel Ferrer Grenesche, Deán de la Catedral Primada de Toledo, en representación del Arzobispo que se encuentra convaleciente, se dio lectura a una carta de adhesión. Don Jesus Carrobles Santos, Director de la Real Academia de las Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, con la presencia de numerosos académicos. Don Octavio Gonzalvez Ruiz, único hermano de don Ramón, que recordó los tiempos infantiles, la calle donde vivieron y sus muchas vivencias en Talarrubias.

Los que hicieron uso de la palabra, coincidieron en poner de manifiesto los vínculos que les unían a don Ramón, algunos desde la infancia, como fray Guillermo y su hermano Octavio. Y todos destacaron la deuda de gratitud que tenían con don Ramón por el esfuerzo, el trabajo y el estudio que marcó su vida y que sirva como modelo para la juventud.

Finalizo el acto con las palabras del alcalde que reiteró su agradecimiento a todos los presentes, a los toledanos que habían hecho un largo viaje, a los representantes de la Cofradía del Gremio de Hortelanos, a la Cofradía Internacional de Investigadores, a la Asociación de Archiveros y a don Juan Pedro Sánchez Gamero, actual Canónigo-Archivero de la Catedral de Toledo. A las Catedráticas de Paleografía Carmen Camino de la Universidad de Sevilla e Isabel Rodríguez de la Universidad de Huelva y a los profesores de la Universidad de Castilla-La Mancha y de la Uned.  A los Cronistas de Campanario, Madrigalejo y Lillo (Toledo) y otras muchas personas que se unieron, ante la imposibilidad de asistir, al homenaje.

El Ayuntamiento de Talarrubias ha editado un libro en Gráficas Tecnigraf de Badajoz, que se obsequió a todos los asistentes, en cuya portada aparece la cúpula de la Iglesia del Carmen, de estilo rococó la mejor conservada de Extremadura y en muchos kilómetros a la redonda como manifiesta orgulloso nuestro párroco, don Mario González. En dicha capilla se expusieron el legado de ropa litúrgica y cálices que don 

Ramón hizo a la parroquia. En el libro editado por el Ayuntamiento está la biografía del homenajeado que ha destacado como historiador, investigador, experto medievalista,  con numerosos libros, como la Biblia de San Luis o la imprenta en Toledo, toda su obra se expuso en la Casa de la Cultura.

El libro contiene todos los artículos que publico en la Revista de Talarrubias, de la que se han publicado veinticinco números con la intención de seguirlos en una nueva etapa. Estos artículos son todo un documento que como destacó Guadalupe Carapeto, están escritos con un lenguaje sencillo, fáciles de leer y entender, pensando en todos los públicos. Como dijo el alcalde, un libro importante para Talarrubias y generaciones venideras.

A continuación se descubrió una placa en la fachada del Centro Parroquial, el alcalde invito a que le acompañarán a su hermano Octavio y a su prima Manuela Gonzalvez y a su sobrina Rut Rodríguez Gonzalvez. 

Un almuerzo servido por el catering Sotobosque dio ocasión para confraternizar y para poner punto final a una jornada llena de emoción y reconocimiento a don Ramón Gonzalvez Ruiz.

Información facilitada por la cronista oficial de Talarrubias.

 

Crónica del viaje académico a Talarrubias (19 de octubre, 2019)

 

(Homenaje a nuestro recordado compañero don Ramón Gonzálvez Ruiz, académico, canónigo-archivero de la Catedral Primada e ilustre vecino de esa villa extremeña).

 

“                                                                                                                                                                                    Temprano madrugó la madrugada”.

Miguel Hernández.

I

 

Todos los relojes marcaban las siete en punto cuando el autobús la emprendió hacia las tierras altas de Extremadura, hacia los confines de la Siberia extremeña. Toledo dormía; todo y todos dormían en Toledo, excepto el rumor turbio y dolido del río y el gallardo centinela encaramado en las almenas del castillo de San Servando. Así pues, entre sombras y silencios nocturnos, sin aspavientos y sin pausas, el autobús, después de engullir a los expedicionarios –académicos encabezados por el director, el señor deán y otras personalidades catedralicias, miembros de la Cofradía Internacional de Investigadores, también de la Asociación de Archiveros y del Real Gremio de Hortelanos y amigos y agradecidos de Ramón, don Ramón Gonzálvez Ruiz-, saluda al cuerpo de guardia de la Puerta de Bisagra y en su nombre al Ángel Custodio y busca las rectas que le llevarían a los contornos de Torrijos, “Torrijos de los Olivares”, así  nombrado hasta sus desnortadas y desaforadas apuestas industriales.

 

Por estos lares, por las alturas del castillo de Barcience y algunos pies de oliva que se yerguen como testigos de lo que estos alrededores fueron, la noche aún continúa cerrada, aunque lejos, muy al fondo, por la mano izquierda de la ruta, apunta una bocanada de luz que, poco a poco, se convierte en línea prolongada y se hace con el rosicler todo de la aurora: quizá, el altanero león rampante de la fortaleza empiece a desperezarse olvidado de que ya no puede alternar con el escudo que presidía el arco de entrada del castillo de Caudilla; es posible también que intente enviar el parte nocturno al alcaide de la fortaleza de Maqueda, que ya se dispone a abrir sus puertas y puentes con los primeros asomos del nuevo día. Pero por los altos de Santa Olalla, por su antiguo portazgo y las ruinas del ventorro conocido como “el Bravo”, topónimo, quizá, relacionado con Sancho IV así renombrado,  “el bravo”, dador de suculentos privilegios a la Hermandad Vieja de Talavera por cuidar de estos y otros caminos de las tierras talaveranas y temor y zozobra de los golfines, el rosicler de la aurora empieza a afirmarse con decisión, de modo que al salvar el Alberche por el puente de Barber, se puede decir que la oscuridad ha desaparecido y la naranja ha prestado todo su color a la hora, por lo que, salvando el Tajo por el abanico del airoso puente metálico, la mañana ya se ha afirmado definitivamente…

 

Y el autobús trota ligero por las primeras lindes jareñas, y llega a Alcaudete y saluda cortésmente al Jébalo y a la inmensa mole eclesiástica, nombrada como “la catedral de la Jara”; y pasa delante del cementerio de Belvís, que aún duerme, a la izquierda, y saluda agradecido a don Fernando Jiménez de Gregorio, que a las mismas puertas, a la derecha, aguarda la promesa evangélica bajo una lápida que pregona “Amor y Paz”. Después, curvas retorcidas de treinta por hora traen el río Huso y Sierra Jaeña, donde los romanos se hacían con “el oro más acendrado” de la Península, y “los Mogorros”, dos picudos montes que son la seña de identidad de los naveños, los nativos de la Nava de Ricomalillo. Ahí, en “los Mogorros”, queman los naveños cada Semana Santa al Judas de turno, y con él sus malas intenciones y las de los pueblos de los alrededores …

 

El autobús busca el corazón de la Jara por parajes abruptos y cubiertos de jara y de matorral, de brezo y retama, y de acicalados olivares trepadores de cerros enjundiosos  y huertos regados a mano. De vez en cuando aparece un rebaño de ovejas que empieza a desperezarse. Al fondo, a la derecha, el terreno se desboca entre lomas y valles cubiertos por la jara y el brezo. Más al fondo, apuntando a las lindes extremeñas, corre la valerosa Sierra de Altamira hasta confundirse con las Villuercas, en cuya llanada se extiende Mohedas; más acá, debajo del Castrejón, eterno aprendiz de Pirineo, metida en un valle, debe estar Aldeanovita la bien nombrada, escrita en otras leyendas como Aldeavieja.

 

Pasamos por Gargantilla, un pueblo acurrucado a la vera de la ruta desde hace casi ochocientos años: casas pequeñas, de una planta y con forma redondeada en muchos casos con deseos de imitar las construcciones celtas, enjalbegadas y con tejados de teja rojiza que con cuatro gotas brillan y resplandecen. Aún muchas conservan sus muros de pizarra y las paredes de los corrales cobijadas con haces de jara y de retama.  Es pedanía de Sevilleja, que debe su nombre a repobladores andaluces, y ganada Sevilleja, nos despide con el Centro de Recuperación de Aves cerca del indicador que señala hacia Anchuras, mal llamada “de los Montes”…

 

-Pues decían que íbamos a desayunar en Sevilleja –comenta una excursionista.

 

-Sí, claro, en otra ocasión –digo yo mismo sobrado de razón.

 

-A la vuelta. Eso, a la vuelta desayunamos en Sevilleja –dijo el Sr. Vozmediano.

 

Pero el autobús continuó presuroso e indiferente y, obviando el cruce que nos llevaría a Las Minas de Santa Quiteria y a las orillas del Lominchar, prosigue hacia Puerto Rey sin pestañear y envalentonado, mientras se hace con el empine de la carretera que gana para el poblado el topónimo de puerto. Y por estos parajes, en que se citan las provincias extremeñas con la de Toledo y Ciudad Real y se encuentra aquella finca señalada por una mesa de cuatro picos enclavados en sendas provincias, se asoma la carretera de La Loba con muchos recuerdos para el cronista: los primeros, envueltos en agallas y madroños dulces y maduros, y carros con ruedas grandes de llanta y, después, el camión cargado de uvas negras y jugosas. Y cruzada, entramos en tierras extremeñas; no obstante, antes de llegar al pantano de Cijara, entre pinos y eucaliptos de mala sombra y extensas rañas a ambos lados de la ruta, se acerca también el hilo de otra carretera con el informe de a Navahermosa 84 y con resonancias toledanas.

 

¡Cuántos recuerdos en torno al pantano encuentra el cronista desparramados por estos parajes! Los pantaneros… Los pantaneros eran los conductores de grandes, de enormes camiones, que cruzaban por Aldeavieja transportando material para la presa… También cuando Franco acudió a inaugurarlo… Los niños de la escuela le esperábamos, bien lavados y bien aconsejados, alineados a la entrada del pueblo con banderitas. Como la carretera era terrosa y polvorienta, mi abuelo, que era el alcalde, mandó regarla desde la entrada del pueblo hasta superar la salida; mas, como viera que un aldeano no colaboraba en la tarea antipolvorienta:

 

-¿Qué te pasa, Chonchén, que no echas agua tú también?

 

-Es que me se ha caído el cubo al pozo –respondió.

 

-Pues ahí en mi casa tienes uno. Cógelo, ponte a regar y procura que no  te se caiga ese también...

 

He visto lleno, a rebosar, el pantano, de modo que daba miedo cruzar la presa, y había que abrir las compuertas; también, cruzado por motoras y barcas de recreo…; otras veces lo he visto tan vacío como ahora, serio, menguado, cubierto menos de un tercio de su capacidad… El autobús obvia también la presa y la dirección de Helechosa de los Montes, y Anchuras y Gamonoso, pueblo fundado por gente hacendosa de Aldeavieja en el último tercio del siglo XIX, y enseña, en la inmensa lejanía, el arrogante castillo de Herrera del Duque señalando la dirección que debemos seguir, pues habremos de pasar debajo de sus mismas barbas. También enseña la presa un gran pinar en lo alto de la gran loma del frente que separa las provincias extremeñas, y ese pinar, que también limita la que fue la familiar finca de la Hacilla, me llena de recuerdos infantiles y de otros fraguados en la primera juventud, que también existió. Pasó el autobús delante de la Hacilla presuroso, diligente, sin reparar en que ya no existe la casa, ni el emparrado de la casa, ni el horno, que también estaba en la casa,  ni el palomar… Tampoco la era, ni los alcornoques que daban sombra a la hora del bocadillo atardecido… ¡Ni la viña! Es posible que alguna cepa insista tesonera en afirmarse entre el matorral como esos recuerdos infantiles que, a veces, se imponen y se afirman entre los demás y dicen: ¡Aquí estoy yo!

 

Castilblanco y el reculaje del pantano de Peloche, donde el Cuquillo, un significado maqui de este pueblo extremeño que tuvo un castillo encalado, entregó al hijo que tuvo con “la Golondrina” a un unos pastores por estos lares y, pasados cinco meses, el día de San Isidro entregó otro niño que tuvo con “la Goyería” en el mismo lugar… Y Herrera del Duque, y su plaza de toros, y, ¡ay, el quiosco de su señera plaza, y su castillo… Y el indicador que apunta a Fuenlabrada de los Montes, y a Villarta, también de los Montes… Y el Puerto de los Carneros, y Puerto Peña que parapeta el pantano de García Sola, ya en las lindes jurisdiccionales de Talarrubias, y están tan unidos el puerto y el pantano, que el embalse es llamado,  bien “de Puerto Peña”, bien “de García Sola”. Y el cruce de Garbayuela, y Santi Espíritu… Siruela y su sastre…

 

En Talarrubias también se presentaban recuerdos lejanos esparcidos por lo que era el teso del ganado, la amplia explanada donde se celebraban las ferias de mayo que precedían a las de Talavera, endulzadas con almendras garrapiñadas y animadas por los caballitos del tiovivo…

 

II

 

Y en Talarrubias el autobús se detuvo en la avenida de la Constitución, delante de un gran edificio que hace esquina con la calle Virgen de Guadalupe, y nos ordenó bajar. Ahí debía aguardarnos el objetivo de la visita, pues una bandera de España se extendía sobre un fragmento de la fachada del caserón para ocultar de la curiosidad lo que cubría con celo y afecto.  Es el Centro Parroquial “Valentina Gonzálvez Valsera”, nombre femenino que hace referencia a una generosa lugareña y familia de Ramón que donó esta casona a la parroquia de esta villa extremeña, adonde el homenajeado acudía todos los veranos y siempre que sus ocupaciones pastorales y de investigación y estudio se lo permitían. Y allí nos esperaba el gobierno municipal presidido por su alcalde, D. Antonio García Sánchez, y familiares y amigos agradecidos de Ramón  y representantes del de la Puebla de Alcocer, que hasta allí mismo se asoma extendida en la ladera de la cumbre cobijada por la arrogante estampa de su castillo. También la policía local aumenta el gentío agrupado delante de la placa dedicada a Ramón, aún oculta, y ya no nos desamparará en toda la mañana.

 

Y como el desayuno toledano hacía aguas a esas horas de media mañana, y el autobús pasara de largo por la amplia explanada que se abre delante del restaurante de Sevilleja sin mirarlo siquiera, y como también había ignorado los saludos generosos del espacioso restaurante de Puerto Rey, los regidores de la villa  comprendieron que un esmerado y muy surtido refrigerio no vendría mal a ninguno de los recién llegados desde el reino de Toledo. Y dicho y hecho; nos hicieron pasar al enorme y renovado edificio parroquial donde nos esperaban pestiños, rosquillas de varias formas y sabores, flores, perrunillas adornadas con almendras tostadas, bizcochos, madalenas riquísimas, especie de aparatosos buñuelos enrollados y cubiertos de miel, que para sí quisieran a esas horas más de dos, y café calentito y oloroso… La casa de la Iglesia o parroquial es nueva, flamante y cómoda, de altos techos y anchas escaleras… Capilla recoleta, espacioso salón de actos, numerosas habitaciones, cocinas, cuartos de aseos alineados como los de cualquier hotel o restaurante… Luz, espacio, altura y comodidad… Subiendo al amplio salón, donde nos aguardaba todo ello, en una pared frontal, aparece la maravillosa y dulcísima sonrisa de la Virgen Blanca toledana con el Niño en los brazos que nos saluda llena de bondad; luego, mientras dábamos cuenta de esos manjares extremeños con el cuño y manos hacendosas de Talarrubias, veíamos fotografías colgadas de la villa y sus alrededores, y series de biblias, y una página de la Biblia de San Luis, y láminas de códices mozárabes, y muestras de cerámica de Talavera  y el amplio paisaje que ofrecía el ventanal: el recinto ferial, la llanada sobre la que se extiende la villa… La Puebla de Alcocer y su castillo se tocaban con la mano.

 

Y una vez reconfortados, escoltados por la policía local, la emprendimos por la estirada avenida de la Constitución, que nos lleva hasta la espaciosa plaza de España, cuyo centro está marcado por la Fuente de los Cuatro Pantanos: Zújar, García Sola, Orellana y el recordado embalse de Cijara. En el frontal principal de la plaza se levanta la parroquia de Santa Catalina de Alejandría y la Capilla del Carmen, esquinada y concentrada en sí misma. En la parroquia asistimos a la solemne misa concelebrada por el párroco y sacerdotes de los pueblos próximos y el “Guardián del monasterio de Guadalupe”. Oficia la ceremonia el señor deán de la Catedral Primada, don Juan Miguel Ferrer Grenesche, realzada, a su vez, por la Coral Unificada Santa Cecilia, compuesta por unos cuarenta hombres de voz recia y viril y unas cuantas voces femeninas. El interior es muy alto, ancho y espacioso, de alta tribuna ocupada por la abultada coral, y añade a la impronta mudéjar y renacentista de la fachada exterior el gótico de las alturas y la nervadura de las columnas.

 

En efecto, exterior del monumento es de ladrillo y mampostería para conseguir una estampa renacentista y mudéjar. La portada la señala un arco de medio punto enmarcado por dos pares de columnillas a ambos lados y aupado por una hornacina con la estatua de santa Cecilia desprovista de su rueda; y este pórtico lo flanquean, a su vez, dos robustos contramuros de forma circular. La torre consta de dos cuerpos desiguales coronados por el campanario sobre el que se alza la cúpula octogonal apoyada en un ancho anillo o tambor, y sobre la cúpula, una torrecilla con dos ventanas geminadas y otras dos sencillas con valor de linterna. Y en la mitad del cuerpo eclesiástico, se eleva la arrogante espadaña; y sobre el segundo cuerpo de la torre, en sus cuatro esquinos, y alrededor del tambor, y en la espadaña se cuentan quince robustos nidos de cigüeña, algunos de dos pisos, otros en franco equilibrio para no derrumbarse y un par de ellos imposible de sostenerse. Sí, robustos nidos de cigüeñas sobre la torre, el campanario y la espadaña de la iglesia, y sobre los altos de la ermita. Hay un nido de dos plantas, lo que repito por ser la primera vez que lo veo, y otros dos, faltos de altura, que se han quedado en conato de nidos, sin terminar.

 

En el recorrido de ida y vuelta se confirmó la primera impresión que sobre Talarrubias se impuso desde el estómago del autobús: la enorme transformación albañileril que invade la villa: rasillas, ladrillos ¿de Cobeja?, andamios, grúas… Y casas de nuevo cuño y otras reformadas y más pretenciosas junto a casas de toda la vida, sencillamente populares. Y ello se confirmó nada más echar pie a tierra… Transitamos por calles anchas y rectas enmarcadas por casas de una o dos plantas, enjalbegadas muchas y de color pastel y casi albero otras muchas más. Hay casas con porte señorial y labrada rejería; algunas, reseñadas por grandes escudos, y casas populares con más de doscientos años de historia que fueron acicaladas en las década de los  setenta... Muchas de estas casas antiguas y populares aún conservan patios emparrados, sobre cuyas tapias asoman laureles, limoneros y otros árboles frutales. Entre todo ello destacan dos detalles, uno muy portugués y otro en franco contraste con lo que ocurre en las calles de Toledo: que también se puede recopilar por las calles de Talarrubias un prieto santoral acuñado en azulejos policromados, o una buena muestra de San Roque, distinguido en numerosas fachadas, algunas cubiertas, en parte, con baldosines de cuarto de baño, lo que también es enormemente portugués. Una casa, que pretende  envolverse en signos de arrogancia, sale al paso cubierta con baldosas jaspeadas de cementerio…

 

-Esta otra es la “Casa de los Nogales” –informa la cronista de la villa apuntando a un caserío de recio porte-. Y la del fondo –ahora indica una casa frontal y próxima, de gran empaque y apostura y reseñada por una exótica palmera- es conocida en Talarrubias como “Casa del indiano”.

 

El segundo detalle callejero que he anotado en mi cartera es que, si en Toledo las casas tienden a juntarse en sus alturas con los aleros o balcones, en Talarrubias ocurre lo contrario: las ventanas bajeras, las que están casi a ras del pavimento, se hacen coquetas al salirse de su enmarque un palmo, agrandado por las dobleces artísticas de la rejería que las guarda.

 

…Desde la iglesia regresamos, aún escoltados por la policía municipal,  a la esquina de la casa parroquial para descubrir la placa; y descubierta, y leída: “Talarrubias a su ilustre hijo. Ramón Gonzálvez Ruiz. Sacerdote, canónigo de la Catedral Primada, historiador y académico de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Histórica de Toledo. 1928-2019”, y aplaudida entre los compases del himno nacional, callejeamos hasta la Casa de la Cultura –ancha, espaciosa, muy cómoda y de gran escenario- para celebrar el acto institucional… De nuevo se impone, al fondo y sobre la cima del cambio de rasante, la estampa de la Puebla de Alcocer casi al alcance de la mano, extendida en la ladera y cobijada por la impresionante mole del castillo, vigilante de los extremos de la diócesis toledana.

 

A la entrada del salón, en una mesa extendida para la ocasión, se ofrecían varios números de la revista Talarrubias. Revista de la comarca Siberia-Los Montes y un libro editado por el ayuntamiento de la localidad titulado Talarrubias. A D. Ramón Gonzálvez Ruiz, que recoge todos los artículos que el ilustre paisano escribió sobre esta villa extremeña, en total 24, precedidos por el “saluda” del alcalde y por una reseña biográfica sobre Ramón escrita por dos compañeros de nuestra Real Academia: Mario Arellano y el recordado y recientemente fallecido Juan Sánchez Sánchez.  Abre el acto la cronista local y promotora del homenaje, doña Soledad López-Lago Romero y pasa la palabra al alcalde de la localidad, que da la bienvenida a los asistentes -entre los que se encuentran también las catedráticas de Paleografía Carmen del Camino  Martínez de la universidad de Sevilla y académica correspondiente de nuestra Real Academia, e Isabel Rodríguez de la universidad de Huelva y varios profesores de la UNED y de CLM, y los cronistas de Campanario y Madrigalejo, que trae recuerdos del Rey Católico-, y reitera sus palabras de agradecimiento para los llegados desde Toledo y de reconocimiento para el ilustre homenajeado. Después la cronista cede la palabra a doña Guadalupe Carapeto Márquez de Prado, catedrática de historia y muy relacionada con la villa extremeña, y también hizo comentarios elogiosos y de reconocimiento para Ramón. En tercer lugar intervino fray Guillermo Cerrato Chamizo, “guardián del convento de Guadalupe”, nativo de la Puebla de Alcocer, como el homenajeado, cuyo alcalde también se encontraba entre los asistentes. Don Juan Miguel Ferrer Grenesche , claro está, afirmaba su adhesión al acto-homenaje y subrayaba de manera especial la relación que le unía a Ramón y, al tiempo, su capacidad de trabajo y su sabiduría. En su intervención, además, excusó la ausencia del señor arzobispo por razones de salud. Como resulta lógico, también nuestro director, don Jesús Carrobles, expresó comentarios elogiosos y entrañables sobre nuestro recordado compañero; y don Octavio, un señor de más de noventa y cuatro años y voz pronunciada y en muy buena forma, único hermano de Ramón, recordó tiempos infantiles y de primera juventud fraguados en las calles y plazas de Talarrubias y vivencias en la casa familiar. Aún, Manuela Gonzálvez, familiar de Ramón, intervino para agradecer a todos los oradores los recuerdos y sentimientos manifestados por su primo y para leer la carta que le había entregado el señor arzobispo de Toledo, en que excusaba su ausencia y manifestaba su pleno reconocimiento a Ramón, Ramón Gonzálvez Ruiz.

 

Todos los intervinientes, pues, reseñaron los vínculos de afecto y de trabajo que les unían a Ramón, y subrayaron la deuda de gratitud que tenían con el homenajeado por el esfuerzo, el trabajo y el estudio que marcó su vida y por la senda ejemplar por él diseñada como ejemplo para la juventud… Y por su extrema generosidad, pues las conclusiones de sus trabajos de investigación las ha dejado plasmadas en artículos y libros para utilidad de los demás.

 

Y finalizado el acto cuando eran las 14 horas en todos los relojes, el autobús vuelve a engullirnos en su estómago de metal y nos deja en los anchos del recinto ferial, “El Rodeo”, antiguo teso de ganado en que se celebraban las renombradas y rumbosas ferias de Talarrubias a principios de cada mayo, anunciadoras de las de Talavera. Ni que decir tiene que la comida, servida por diligentes camareros, se regó con caldos de la tierra: vino añejo de Cañamero y achampanado de Almendralejo. ¡Para qué hablar de los endulzados postres…!

 

Y con la tarea hecha y el deber cumplido de dar al hermano cuerpo el sostén diario, el autobús nos vuelve a tragar y la emprende hasta la capilla del Carmen de los Mártires, así llamada desde la guerra civil; antes era conocida como capilla de Nuestra Señora de san Ildefonso  y la Paz, mientras formó parte del  hospital hasta la desamortización… Ahora el hospital se ha convertido en cómodo albergue. Del exterior sobresale la fachada principal, muy similar a la de la parroquia: material de ladrillo y mampostería, dos columnas redondeadas que enmarcan la puerta de entrada, sobre la que se alza una especie de frontón cuadrado. Sobre todo ello se encarama una hermosa espadaña-campanario poblada por un gallardo nido de cigüeñas. El recinto, como corresponde a las ermitas y capillas, es pequeño, resaltado por la arrogante cúpula que supera las estridencias más chirriantes del barroco y a lo barroco imprimido en el cuerpo de la ermita hasta hacerse con el timbre del rococó. Preside el interior una imponente imagen de Jesús el Nazareno que ocupa el centro del ábside; la Virgen del Carmen con el Niño realza un lateral... Es de notar las estaciones del Vías Crucis, muy originales.

 

Hemos venido para presenciar como testigos fidedignos el legado litúrgico de Ramón… Estaba al completo el ropaje del cantamisa de Ramón: cálices, estolas, casullas, patenas, corporales, relicarios… También, ejemplares de la Biblia de San Luis… Manuela Gonzálvez leyó el contenido completo del legado litúrgico, lo agradeció don Mario, el joven párroco de Talarrubias y todos vimos estampar la firma de ambos en el registro parroquial.

 

Y como oscurecía antes de lo deseado y el camino de regreso se sintiera largo, terminado el acto y las muestras de gratitud revolotearan por el contorno, el autobús nos pidió que nos acomodáramos en el lugar que tantas veces habíamos ocupado durante el día y emprendió su carrera cuando quedaba poco más de una hora de luz solar. Por ello, las sobras de los árboles se cruzaban en el filo de la ruta y los perfiles de los montes enseñaban todas sus cimas y crestas entre nubarrones borrascosos y amenazantes, pero sólo eso, amenazantes, a pesar de lo que agradecerían estos campos extremeños, y otros muchos campos, la visita generosa de la lluvia. Y anocheció. Y con la noche hecha, todos los caminos se confundieron en uno que nos acercó hasta Toledo cuando las Puertas de Bisagra y del Cambrón buscaban su primer sueño.

 

Juan José Fernández Delgado

 

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