La Tribuna de Toledo se hace eco de las graves dificultades económicas de la RABACHT

«No pedimos limosna. Ofrecemos cultura a cambio de seguir existiendo»
ademingo@diariolatribuna.com – domingo, 30 de junio de 2013

El director de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, Ramón Sánchez, explica la desesperada situación económica de la institución, que no tiene recursos ni para afrontar los gastos más elementales
La Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo no pasa por su mejor momento. A pesar de tratarse de una corporación casi centenaria -fue fundada en 1916, bajo la dirección de Rafael Ramírez de Arellano-, que ya debería estar organizando los actos conmemorativos de su efeméride, se enfrenta sin embargo a la paradoja de no poder seguir sosteniendo los gastos más elementales, como el pago de la luz, el agua y la calefacción, de la que la institución lleva sin disponer desde hace dos años. Sus miembros no pueden reunirse más que a finales de la primavera y comienzos del otoño porque, en la situación actual, no pueden pagar el acondicionamiento durante el resto del año de la antigua Casa de Mesa, la sede en donde han permanecido durante la mayor parte de su trayectoria, vinculada en tiempos a la Real Sociedad Económica de Amigos del País.

Nuestra situación empieza a ser desesperada, asegura el historiador Ramón Sánchez González, director de la Real Academia. Nuestra única fuente de ingresos era el Ministerio de Educación, que en 2010 y 2011 redujo su aportación anual a la mitad. En 2012 no recibimos nada. Durante el último curso, que finalizó hace escasos días, la institución ha conseguido salir adelante gracias al donativo de un particular.
Se trata de un gesto que los académicos agradecemos profundamente, pero que no soluciona el problema nada más que a corto plazo. En septiembre volveremos a reunirnos y nos enfrentaremos a no tener fondos para hacer frente al nuevo curso. No me gusta dramatizar, pero es la realidad y creo que los toledanos deberían conocerla, porque la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo ha sido una institución fundamental para la ciudad durante el último siglo.
La situación por la que atraviesa la corporación toledana es la misma a la que se enfrentan desde hace ya varios años otras instituciones académicas y culturales en toda España debido a la crisis económica. Algunas de ellas, tan antiguas como la Real Sociedad Económica Matritense, creada por Carlos III en 1775 e instalada en la madrileña Plaza de la Villa desde mediados del XIX, han llegado a plantearse muy seriamente la disolución definitiva.
Nosotros no somos tan antiguos, pero desde luego no somos un club recién creado, insiste Ramón Sánchez, sobre todo ante quienes tanto invocan el valor de las tradiciones y la dimensión cultural de esta ciudad. La Real Academia toledana ha pasado por mejores y peores momentos, ha tenido sus aciertos y errores, como cualquier otro organismo centenario, pero qué duda cabe que merece seguir existiendo.
El papel que pueden ofrecer las reales academias a la sociedad en pleno siglo XXI -el título de la sesión conjunta que los toledanos celebraron recientemente con sus homólogos de la Real Academia de San Quirce de Segovia fue precisamente ‘Presente y futuro de las academias’- es un asunto muy debatido en los entornos culturales. Sus detractores consideran a las academias (a veces como reacción al hecho de no haber sido admitidos en una de ellas) instituciones inmovilistas, burguesas y decadentes, alejadas del espíritu innovador y reformista (aunque fuertemente clasista) con el que fueron creadas las primeras en España durante el siglo XVIII. Sus miembros y partidarios, por el contrario, se consideran garantes de un amplio abanico de disciplinas, que abarcan desde las Bellas Artes hasta las Ciencias Políticas, en cuya configuración y desarrollo actual pretenden influir como observadores, grupos de expertos o miembros con voz (y a veces voto) en determinados patronatos e instituciones. Sin duda, hay parte de razón en ambas consideraciones.
Los académicos toledanos realizaron una labor muy destacada como investigadores y defensores del patrimonio monumental de la ciudad durante su primera etapa, las dos décadas anteriores a la Guerra Civil. Algunos de ellos, como Francisco de Borja San Román, contribuyeron de manera activa a los primeros grandes estudios del Greco, cuyo tercer centenario celebraron en 1914, apenas dos años antes de la creación de la Real Academia. Autores como Guillermo Téllez hicieron gala en su momento de una mentalidad bastante avanzada. Otros, como Julio Porres Martín-Cleto, fallecido hace escasos años, o como el medievalista Ramón Gonzálvez, todavía activo a sus casi noventa años (que José Miranda, el más veterano de todos, ha cumplido ya), contribuyeron a configurar la historiografía de la ciudad. La lista de buenos ejemplos -Ventura Leblic, Hilario Rodríguez, Ángel Fernández Collado, Ricardo Izquierdo, Jesús Carrobles, el propio Ramón Sánchez, entre otros- es larga, sin lugar a dudas más que la de quienes hacen gala de su condición académica como una consideración elitista o la de quienes contribuyen a seguir fomentando tópicos, lugares comunes y visiones escasamente científicas de la Historia. Algo similar podría decirse en el terreno de las Bellas Artes, tan lleno de luces como de sombras, probablemente el puntal necesitado de mayor renovación generacional y -como sucede en el caso de sus colegas historiadores- de un mayor acceso por parte de la mujer. Parafraseando a Ramón Sánchez, en resumen, podría decirse que tanto sus aciertos como sus errores son el fruto de los muchos años de andadura.
Lo que no admite discusión es el lugar que determinados miembros de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas ocupan dentro de las instituciones educativas y culturales de la ciudad, por no hablar de la larga lista de miembros correspondientes distribuidos por España y multitud de destinos internacionales (entre ellos el catedrático de la Universidad de Harvard Francisco Márquez Villanueva, recientemente fallecido).
Creo que nuestra capacidad como institución investigadora y cultural está lo suficientemente acreditada, añade su director. Nos gustaría transmitir a las administraciones que la Real Academia no pide limosna. Ofrecemos trabajar por la cultura a cambio de seguir existiendo: elaboración de contenidos, ciclos de conferencias, rutas, exposiciones… Tenemos muchísimo que seguir aportando a la ciudad y al resto de la provincia de Toledo.
¿Está claro este mensaje para las administraciones? Los académicos han llamado durante los últimos años a todas las puertas. Han escrito a Juan Carlos I como protector de esta real corporación. Han acudido al Instituto de España (IdeE), organismo que regula las ocho grandes academias nacionales de Madrid (como la de la Historia y la de Bellas Artes de San Fernando) y al que están asociados alrededor de cincuenta organismos provinciales, algunos tan venerables como la Real Academia de San Carlos de Valencia, creada en 1768.
La Diputación ha sido la única que nos ha prestado ayuda desde que nos encontramos en esta situación», continúa Ramón Sánchez. Sin embargo, se da la paradoja de que la aportación económica formalizada por el organismo provincial únicamente puede ser empleada por los académicos para publicaciones, «de manera que podríamos seguir editando la revista Toletum, o incluso sacar adelante un libro-homenaje a Ramón Gonzálvez que queremos publicar desde hace varios años, y sería estupendo, pero sin solucionar el problema de raíz de hacer frente a nuestros gastos más elementales.
En este sentido, Sánchez agradece su sinceridad a las instituciones a las que ha acudido en busca de ayuda y directamente le han dicho que no. «Sus razones tendrán y las respetamos. Al menos, nos han dado una respuesta confirmada. Por el contrario, lo que más nos molesta son las medias tintas: Todas las administraciones parecen hacerse cargo de la importancia que posee la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, pero nadie, salvo la Diputación, ha ido más allá de las buenas intenciones».
En otras comunidades autónomas, como Castilla y León, ha habido esfuerzos para regular la situación de estos organismos. Es cierto que allí el número de reales academias es el triple que en Castilla-La Mancha -donde, aparte de la institución toledana, solamente posee esta consideración la Real Academia Conquense de Artes y Letras-, pero también lo es el gran apoyo que reciben por parte de la ciudadanía, que considera la labor de algunas de ellas, como por ejemplo la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid (fundada también en el siglo XVIII), una parte de su propia idiosincrasia espiritual.
Finalmente, quienes salen perdiendo son los ciudadanos, concluye el historiador Ramón Sánchez, consciente del valioso archivo que atesora la institución en las dependencias de la Casa de Mesa, «unos fondos que siempre hemos puesto a disposición de quienes los soliciten», pero que permanecen fosilizados en el interior de la sede, por mucho que un cartel instalado en la puerta recuerde que en su momento la Real Academia recibió el apoyo de la Junta de Comunidades para abrir sus puertas a los investigadores. Yo no estoy dispuesto a que esta institución quede a espaldas de la ciudad, añade este profesor, que tiene cada año la costumbre de llevar a sus alumnos a celebrar una clase en el interior del Salón de Mesa, pues solamente se aprecia lo que se conoce.

 

Para descargar la entrevista aparecida en la edición en papel pinchar aquí.

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