«San Juan de la Cruz y su identidad histórica» de Wilhelmsen, Elizabeth C.
La motivación tras San Juan de la Cruz y su identidad histórica: los ‘telos’ del león yepesino (Madrid: Fundación Universitaria Española, 2010), ha sido poner en su punto, en la medida de lo posible, la identidad del místico doctor y sus allegados; es decir, se ha pretendido poner de relieve la historia familiar y cultural de ese mismo san Juan de la Cruz que no deja de fascinar y en cuyo legado aún se discierne una negación que afirma, un paradójico «subir bajando», un rayo diosiníaco en la tiniebla.
En el volumen que damos a conocer, el capítulo 2 sirve de status quaestionis: en él, se realiza un recuento histórido de la recogida de datos en su correcto orden cronológico, comenzando por las aportaciones del hermano del santo, Francisco de Yepes [f. 1607], y siguiendo con las declaraciones de los Procesos de Beatificación [1614-1628].
A fin de entender los enigmas que rodean el tema, conviene ser conscientes del Reportaje genealógico de 1628, documento elaborado en dicha fecha por el general a la sazón de los Carmelitas Descalzos y su secretario, a raíz de una visita a Yepes, en la que entrevistaron a unos parientes orgánicos de fray Juan.
Entre historiadores modernos, hay que constatar la obra de José Carlos Gomez-Menor Fuentes, investigador toledano contemporáneo, que viene siendo el máximo experto en la materia. Publica el aludido, en 1970, El linaje familiar de Santa Teresa y San Juan de la Cruz: sus parientes toledanos, monografía que integra una genealogía gráfica del santo de unos 50 nombres. Gómez-Menor da a conocer también, en ese estudio de 1970, el aducido Reportaje genealógico de 1628, que examinó en forma manuscrita en el Convento de Carmelitas Descalzos de Segovia.
En sus rebúsquedas archivísticas, Gómez-Menor había de descubrir, asimismo, el testamento del bachiller Diego de Yepes [c. 1488-1572], clérigo ‘opulento’ de Torrijos, pariente cercano del santo, al que habían acudido Catalina y sus tres hijos en su hora más acuciante.
Gómez-Menor exhuma, por añadidura, una carta emitida por la Cancillería de los Reyes Católicos en Jaén con data de 1491, en que se da constancia de algunos miembros del núcleo familiar del santo, amén de desvelar que se habían encautado juicios inquisitoriales póstumos a dos antepasados de Juan de Yepes y Álvarez.
El material listado —en orden cronológico, 1) la Carta Real de 1491, 2) la información impartida por Francisco de Yepes, 3) las declaraciones en los Procesos de Beatificación y, 4) el Reportaje genealógico de 1628— constituyen los pilares documentales sobre los que se asienta esta investigación.
En los capítulos 4, 5, 6 y 7 —en los que la narrativa se ubica en Yepes, Torrijos, y Toledo— pormenorizamos sobre los distintos entornos culturales, a la vez que se van introduciendo a algunos ancestros de fray Juan. En los apartados posteriores —capítulos 8 a 14— la acción de desenvuelve en Fontiveros, Arévalo, Medina del Campo, Ávila, Duruelo, Toledo, Baeza, Granada y Segovia, siguiendo las etapas de la biografía del co-reformador.
Una hebra narratológica patente es el intento de reconstruir —al menos en la medida posible— lo que pudo haber sido el proceso de recuperación de la identidad subjetiva por parte esta figura a quien le cupo una andaduda existencial plagada de privaciones. Un sujeto que, nacido en el exilio, bucearía un tanto en la oscuridad hasta conseguir enfocar con claridad su propia identidad. Goza de constancia documental el que fray Juan, a partir de 1580, pasase por Toledo capital numerosas veces, circunstancia que le permitiría familiarizarse con la tierra de sus mayores.
Tocante a la metodología científica que se ha empleado en la recogida y configuración del material, creemos haber mantenido el rigor metodológico; siempre que, en el rastreo, se ha hecho un máximo esfuerzo por evitar ‘saltos’ inferenciales carentes de base documental.
A lo largo del estudio se hace una distinción nítida ente las conclusiones que detentan base documental y las observaciones alcanzadas inferencialmente. Es de notar que los árboles genealógicos gráficos —en total, 8 árboles parciales— sólo incluyen dos o tres vínculos conjeturales, factor que se anota en cada caso en el mismo diagrama. Mientras que, de forma contrastante, un 95% de los vínculos constatados sí gozan de apoyo documental.
Sobre la ascendencia paterna del fontivereño, es ineludible que Francisco García de Yepes —«hombre de armas» de Juan II— ostenta una hidalguía preexistente de al menos una generación en la villa del mismo nombre. Su descendencia había de incluir a un nutrido número de canónigos de la Catedral Primada de Toledo y a otros clérigos de relieve.
Una conjetura basada en «evidencia circunstancial» y en factores onomásticos es que este linaje, a partir de Juan González de Yepes / Gonzalo de Yepes Io, puede descender de Juan González de Águila, miembro de una familia de cariz guerrero originaria de Villaviciosa en el Obispado de Ávila que se afinca en Yepes hacia mediados del quattrocento.
Bien que no estemos en posición de precisar la primera generación que haya gozado de condición hidalga, se ha podido inferir que los Martínez de Yepes —familia mozárabe de Toledo de la que había de salir un influyente párroco de este rito minoritario— comparten ascendientes con nuestros sujetos en Yepes. Tal vez las ramas se separasen hacia 1350.
El Reportaje genealógico de 1628 consigna por nombre del bisabuelo del santo, «Gonzalo de Yepes el Io», fórmula onomástica que nadie ha descubierto en ningún otro documento de la época. Sospechamos que la designación consiste en un semi-camuflaje para el Juan González de Yepes de la carta del Consejo Real de 1491.
Había razones de orden moral para el disimulo por parte de los informantes del dossier, el doctor don Pedro García del Castillo y el licenciado Diego de Yepes. Por lo que es posible determinar, Juan González de Yepes, yendo contra todo uso y costumbre, había matrimoniado con «conversa», se había instalado en Torrijos y, andando el tiempo, se había desviado de la ortodoxia cristiana.
Con lo anterior se fragua un legado de vergüenza pública para la familia. A partir de este incidente, empero, su descendencia directa nunca habría de recuperar plenamente el rango social de otrora. Asimismo es detectable que los descendientes del brote no gozan de la longevidad que los integrantes de las ramas bilatelares del clan residentes sin interrupción en Yepes.
Hemos realizado algunas precisiones biográficas sobre los abuelos paternos, Gonzalo IIo y Elvira González, quienes parecen haber fallecido antes de lo que se creía. Se han suplido algunos pormenores de la juventud de Gonzalo IIIo: su ambiente y sus luchas en el Toledo de los años 1515-1529. El rastreo impulsa, por otra parte, hacia a la conclusión de que el riquísimo bachiller Diego de Yepes era primo carnal —y no hermano— del padre de fray Juan.
Acerca de la ascendencia materna, José de Velasco, en su protobiografía de 1615, acuña lo que bien puede designarse la «Catalina convencional»: ‘desigual’ respecto a Gonzalo IIIo en linaje y hacienda. El carmelita de Medina del Campo, empero, redacta su narración alejado de la escena, sin haber llegado a conocer a Catalina y sin estar familiarizado con las complejidades sociológicas del reino de Toledo. Importa subrayar que tres testigos de Fontiveros que sí conocieron a Catalina, deponen bajo juramento no haber sido ésta ‘menos que Gonzalo’.
El impulso tras esta suposición de Velasco, es que le competía justificar ante su público la no aceptación del matrimonio Gonzalo-Catalina por parte de los parientes de aquél. Considerando el clima de intenso antisemitismo de las primeras décadas del XVII, empero, es factible que fray José recelase que el rechazo hubiese sido ocasionado por un factor «converso» en el linaje de Catalina. Al asentar en su relato la presunta ‘desigualdad’, ubicaba al grupo familiar de la última en el estamento artesano-gremial humilde de Toledo; con lo que cortaba de raíz cualquier especulación sobre un posible origen hebreo por parte de la madre de los hermanos Yepes.
A pesar del enigma que sigue rodeando a la persona de Catalina, testimonios oculares acreditan haber poseído esta señora un porte distinguido y una inusitada compostura. Habría de exhibir, además, virtudes cuasi-heroicas, incluyendo una inmensa tolerancia para el sufrimiento. Las Carmelitas Descalzas de Medina se hacen eco de cómo santa Teresa estimaba mucho a Catalina por sus inusidadas virtudes.
Contemplado desde un ángulo «humano», se trata de una joven lo suficientemente aquilatada para habérselo jugado todo por ella un Gonzalo de Yepes. La oriundez de Catalina en la «ciudad imperial» hacia 1510 hace posible que haya reunido algún ascendiente mozárabe.
Francisco de Yepes —no obstante haber sido el non plus ultra de la modestia— consigna reiteradamente por apellido de su madre, Álvarez de Ontiveros. Una consideración al respecto es que el segundo elemento del compuesto puede habérsele dado en sustitución de otro afín que hubiese portado en la infancia, pero que no era idóneo aducir a la sazón por algún motivo.
Efrén Montalva y Otgger Steggink proponen en su monografía de 1992 que la madre de fray Juan debe reconocerse en una Catalina Álvarez nombrada de paso en el testamento del bachiller Diego de Yepes; hermana, presuntamente, de una Aldonza Álvarez que asimismo figura en él. La consanguinidad entre Gonzalo y Catalina, aunque remota, proveería el motivo o pretexto para la expulsión de los futuros cónyuges del círculo familiar.
Hemos hecho una revisión de las copias manuscritas existentes de los papeles del bachiller. Tomando en cuenta todos los factores, es muy dudoso que éstos incluyan o hayan incluido mención de la madre de Francisco y Juan. En cuanto a Aldonza, lo más cauto es estimar que sea hermana sanguínea de Diego de Yepes. Sigo aquí a Gómez-Menor.
Un fruto del rastreo ha sido la develación de que los informantes del Reportaje genealógico de 1628 parecen encubrir adrede la identidad de Catalina. Habiendo sido relativamente prolijos con los Yepes, al abordar la ascendencia cognaticia del santo, silencian los nombres de pila paterno y materno, constatando sólo el apellido de Álvarez. Suprimen de igual modo el oficio del padre de Catalina y —adviértase— la colación o parroquia del nacimiento de ésta en Toledo. Estas omisiones, allén de ocultar la identidad esencial de la joven, bloquean el paso a cualquier intento investigativo futuro sobre el tema.
Pero no es imposible que encierre una intuición certera la sugerencia de Montalva y Steggink a efecto de que Catalina pudiese haber sido deuda distante de los Yepes de Torrijos. Es paladino que algún móvil tuvo que haber habido tras el rechazo del enlace por parte del bachiller Diego de Yepes y tras la supresión de particulares sobre Catalina por parte de los informantes del Reportaje.
La evidencia acumulativa disponible sobre la madre del santo sugiere que si los informantes optan por mostrarse evasivos al tratar de ella, no es por deficiencia personal suya. No carece de verosimilitud la hipótesis de que puedan haber suprimido los datos —sigo aquí el esbozo de Efrén y Otgger— por razón de una común ascendencia con los Yepes de Torrijos.
Aclárese que, en la época, un matrimonio consanguíneo no era vergonzoso siendo remoto el vínculo. Considerando el marco cronológico —1525-1529—, así como la ubicación geográfica —Torrijos-Toledo—, la consanguinidad podía educir sospechas de haber tenido los contrayentes intención de judaizar. Se agravaba el sentido de vulnerabilidad toda vez que existía la percepción de que los criotojudíos de una generación habían sido los alumbrados de las posteriores. El legado que dejaba fray Juan de la Cruz era tal que cualquier insinuación de antecedentes criptojudíos le haría inmediatamente sospechoso de iluminismo.
Los informantes eran conscientes de que, pidiéndose informes sobre Catalina en su parroquia o barrio, se descubriría el nexo distante con los Yepes de Torrijos. Con poco que se indagase en esta villa, saldría a colación lo que se expone en el capítulo 5: el haber habido antecedentes hispanohebreos por parte de una bisabuela paterna de Juan y —según parece— incursión en herejía no sólo en ella sino en su cónyuge cristianoviejo e hidalgo.
Reténgase en mente que los mismos informantes parecen haber semi-camuflajeado la naturaleza del bisabuelo del santo para ocultar idéntica tacha: el legado de Juan González de Yepes. De forma paralela y en otro entorno, Francisco de Yepes había suprimido el nombre de la dueña del telar de Fontiveros —tía abuela de Gonzalo— por su conexión orgánica con el mismo elemento. No obstante estas consideraciones, la «tesis consanguínea» sobre la de Álvarez-Ontiveros no goza hoy por hoy de respaldo documental.
Agréguese que la «tesis morisco-mudéjar» sobre la madre del santo —que, en su metamorfosis más reciente, da a la misma por natural de Torrijos— no nos parece compatible con unos testimonios firmes a efecto de que Catalina vino al mundo en Toledo capital.
Pero sí es afirmable, con mayor certeza, que Catalina es hija o, al menos, nieta, de un Francisco, inferencia basada en haber conferido este nombre de pila a su primogénito. Efrén y Otgger proponen, como padre potencial de Catalina, a un Francisco de Yepes residente el el Barrio de San Miguel. Hay que excluir a este agujetero de oficio, empero, ya que la documentación existente le da por vivo en 1534, fecha para la cual Catalina había orfanecido.
En la actual pesquisa, hemos localizado a otro Francisco de Yepes coetáneo, morador en Toledo y conocido miembro del vasto clan, quien nos parece reunir más posibilidades de ser el abuelo materno correcto. Pero no han aflorado hasta el momento datos fehacientes al respecto.
Aldonza Álvarez deja cuatro nietos quienes habían de mostrar agudas afinidades temperamentales con su santo pariente. De la serie, Alonso de Mesa Ortiz de Madrid profesa de joven en la Descalcez, tomando por nombre Anastasio de la Madre de Dios. Sin demora, es destinado a Méjico. Su hermana Clara ingresa en el Carmelo Descalzo de Toledo, titulándose Cristina de la Cruz.
Llama la atención por su delicadeza espiritual —y su calidad de damas de honor en la Corte de Felipe III— un grupo de parientas apellidadas Otáñez, a quienes Velasco identifica como ‘sobrinas’ de Francisco y Juan. Lo probable es que también desciendan de Aldonza Álvarez.
En la andadura existencial sanjuanista, se vislumbra, sin lugar a dudas, una nada inicial tras la que se oculta un todo. Es pernotable que algo paralelo acontece en su devenir en cuanto miembro de una red familiar.
A la conclusión del cap. 4 se remarca que Juan de la Cruz recoge lo ancestral decantándolo; es decir, refunde y acrisola los elementos positivos de su legado: toda una gama de virtudes y nobles inclinaciones que recibe en herencia al nacer. Pero el bagaje familiar reúne un elemento negativo: el saberse descendiente de un antepasado «renegado».
Una conjetura que surge del análisis es que tal vez la deslealtad hacia la fe por parte del antecesor habría de espolear al descendiente a alcanzar un grado eminentísimo de la misma fe. Y que en esto haya estribado el sentido de misión de Juan en cuanto integrante de un círculo familiar.
A muchos se les escapa que el grupo que se vio forzado a exiliarse de Toledo a las adustas tierras de la Moraña abulense, sin los medios materiales adecuados para la sobrevivencia, nunca habría de recuperarse del desarraigo en el orden de la naturaleza. Pero Juan, en el orden de la gracia, logra satisfacer el yerro ancestral consagrando cabalmente su existencia al servicio de la fe en un antaño desatendida.
La clave de la inteligibilidad de la historia del clan como epopeya espiritual multi-generacional, bien puede estribar en la Cruz —entendida con sus matices teológicos convencionales— libremente abrazada por el descendiente Juan. El empeño mediante el que éste lleva a cabo la expiación de lo ancestral claramente encierra dimensiones salvíficas, ya que había de alcanzar cumbres de santidad virtualmente desconocidas.
Elizabeth C. Wilhelmsen
Department of Modern Languages
University of Nebraska-Lincoln
Lincoln, Nebraska 68588-0315
U.S.A.
Elizabeth C. Wilhelmsen
San Juan de la Cruz y su identidad histórica: los 'telos' del león yepesino
Madrid: Fundación Universitaria Española, 2010
ISBN 978847392752
Encuadernación: Rústica
Medidas: 23 cm
Nº Pag.: 423
Idiomas: Español
precio 30 euros
* Distributor de la Fundación Universitaria Española:
PEDRO ALCANTARILLA
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